05
2024Mi maleta
Acabo de recoger mi maleta. Ha estado cuarenta y ocho horas resistiéndose a llegar a su destino como si un «no quiero» guiara su camino de regreso. Un regreso que, en el fondo, no queria realizar. Como su dueño. Mi maleta ha sido lo único común entre dos tierras en éste mi último viaje que no el último de mis viajes. He regresado a un lugar donde un día fui uno más y ahora me sentí como un extraño turista que un día soñó con esos olores, colores, sabores, amores… Un perro andaluz sin domesticar subido en un avión recorriendo el cielo de Madrid o nadando en el Mediterráneo cogido a una recién casada que no se acordaba de mi. Volver, volver y volver. Con ojos nuevos, extrañados y hasta miopes para ver lo que un día fue mi realidad. Amigos para siempre, lugares para ir y no regresar, besos salados, abrazos desamparados y ausencias tan grandes, imposibles de rellenar, salvo con amor. Amor a los tuyos. Y a lo tuyo. Amor a tu origen. A tu tierra. A tu piel enterrada en ella. Ecos que recitaban el sonido de unas olas con las inconfundibles notas de Ítaca en su estribillo. Volver no es regresar. Regresar no es volver. Porque nunca llegas a regresar y porque nunca dejas de irte. Este, mi último viaje, acaba con un adiós efímero, oliendo a jazmín y con un dulce sabor a café «in memoriam» de los que sí se fueron para siempre. Lo que no ha cambiado es el verde olivar, los verdes chirimoyos y el azul eterno de un Mediterráneo que nos vio crecer. Como ellos. Como los besos que nunca di por no estar. Como los abrazos que nunca recibí por volar.
Volver. Volví. Volveré.
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