Qué es para mí montar en moto. Vídeo en mi canal de Youtube

Muchas cosas pasan por tu cabeza cuando montas en moto. Los que lo hacemos desde hace muchos años hemos aprendido a disfrutar de momentos únicos que nos permiten entender esta actividad casi como un ´modus vivendi¨. O sea: no podemos vivir sin conducir ni sentir una moto. Porque conducir una moto va mucho de eso: de sentir.

En primer lugar, cuando conduces una moto te sientes profundamente presente. Sólo existe el ahora. Pones todos tus sentidos al servicio del ahora. Sin distracciones posibles, la única conversación es contigo mismo, mientras que tu corazón late al ritmo que marcan tus palabras que resuenan en tu cabeza, casi hasta separar tu cuerpo de tu mente.

En segundo lugar montar en moto, te ofrece material para todos tus sentidos: oyes como suena tu moto en busca del rodaje perfecto. Sientes la carretera y todos los movimientos que tu montura te ofrecen en una comunión casi perfecta, mientras tus dedos juegan con el freno y el embrague. Tu vista se riega con mil millones de detalles, siempre alerta, para tener una visión unica e irrepetible de cada kilómetro que recorres. Tu boca, a veces seca, a veces echa agua, evoca un beso o masca el polvo de un tramo en obras. Pero si hay un sentido que sobresale sobre los demás, es tu olfato. Montar en moto te regala todos los olores inimaginables: desde una granja, un campo de maiz a punto de ser segado, la llegada de la lluvia, un tramo recién asfaltado, el encuentro con el mar. Montar en moto es una inagotable explosión de olores.

En tercer lugar, montar en moto te transforma en ese ser que abraza la libertad en forma de manillar y se deja atrapar por puestas de sol infinitas. Tu alma cabalga persiguiendo el sol de poniente, alejándote de un mundo del que escapas para vivir tu propia realidad a golpe de acelerador. Montar en moto puede ser una experiencia «mutatis mutandi» equipatable a aquellos cowboys que cruzaban a caballo grandes disyancias sin mas compañía que sus pensamientos, puestas de sol y un rabioso presente. Montar en moto es, para mi, un acto de eterno romanticismo.

Fernando Ortega – 69Vagamundos

Many things go through your mind when you ride a motorcycle. For those of us who have been doing it for many years, we’ve learned to enjoy unique moments that allow us to see this activity as almost a *modus vivendi*. In other words, we can’t live without riding or feeling a motorcycle. Because riding a motorcycle is largely about that: feeling.

First, when you ride a motorcycle, you feel deeply present. There is only the *now*. All your senses are focused on the present moment. With no distractions possible, the only conversation is with yourself, as your heart beats to the rhythm of the words echoing in your head, almost separating your body from your mind.

Second, riding a motorcycle offers fuel for all your senses: you hear your bike’s sound as it searches for the perfect ride. You feel the road and every movement your machine offers in an almost perfect communion, while your fingers dance with the brake and clutch. Your sight is flooded with billions of details, always alert, giving you a unique and unrepeatable view of every kilometer you travel. Your mouth, sometimes dry, sometimes watering, recalls a kiss or tastes the dust of a construction stretch. But if there’s one sense that stands out above the rest, it’s your sense of smell. Riding a motorcycle gifts you with unimaginable scents: a farm, a cornfield ready for harvest, the approach of rain, freshly paved asphalt, or the salty greeting of the sea. Riding a motorcycle is an endless explosion of smells.

Third, riding a motorcycle transforms you into a being that embraces freedom through handlebars, surrendering to infinite sunsets. Your soul rides, chasing the western sun, distancing itself from a world you escape to live your own reality, powered by the twist of the throttle. Riding a motorcycle can, *mutatis mutandis*, be compared to those cowboys who crossed vast distances on horseback with no company but their thoughts, sunsets, and an intense connection to the present moment. For me, riding a motorcycle is an act of eternal romanticism.