Libros, libros, libros…

Este verano ha sido diferente. Mientras que las musas vuelven a meterse en la cama conmigo regresando a esas frases que tanto deleitan a propi@s y extrañ@s, comienzo a no tener tiempo para leer -libros, porque de otros temas y otros soportes, leo para aburrir al más pintado-.

Metido en esta fugaz vida en la que debo proveerme de los recusors oportunos para dar de comer a vástagos y otros seres vivos, se me escapa el tiempo y las páginas se me amontonan acumulando polvo.

Y digo que este verano ha sido diferente porque me he inflado de leer. Cinco, sí, cinco magníficos libros.

"La carta esférica", "El secreto egipcio de Napoleón", "Los hijos de la Luz", "El naufragio de La Medusa" y el ensayo de psicología "Vivir en pareja". Todo ellos acompañados con versos de diversos poetas amigos, conocidos, párrafos de Sàndor Màrai (Tierra, tierra), algún canto de la Odisea… Todo eso y un poco más.

Parece que fue ayer y mis libros hacen ahora una montaña inexpugnable junto a mi pc portátil. Compre varios en uno de esos puestecillos playeros que por 3 ó 4 euros te permiten optar a obras intersantes como alguna de Agatha Christie o Francisco Ayala.

Además escribí algo. Poco, pero escribí -las críticas recibidas no han sido muy buenas así que he decidido dejarlo metido en un cajón para horas más favorables-.

Añoro el arrullador sonido de las olas mezclados entre los renglones de mis libros: desventuras, engaños, traciones, Tánger Soto (uuummm me hubiera gustado rozarle el interior de su muslos), Lebendig, ankh, bolardos, palangres, alófonos, "efjaristó" y ese eterno olor a sal prendido en mi piel.

En este retiro aceitunero,, casi autoimpuesto, no hallo esa tranquilidad para pegarles bocados a mis libros, esos que jamás te engañan porque lo que te tienen que decir, está por escrito y ya sabemos que lo que está escrito o se cumple o no, pero jamás se lo lleva el viento… como las palabras.

Quiero, al menos, que mis días tengan 27 horas.