Las maletas

Viajan al son de las muescas del reloj; se enganchan a la primera mano que le da cariññoa y jamás se pierden; sus etiquetas las dejan tan bien identificadas que sólo un baño de agua con vapor de limón y sal pueden hacerles perder el norte.

Lejos está, el norte. Muy lejos.

Tan lejos como el aullido del relleno de la maleta que se perdió en los montes de la negrura con sabor a vino caliente. Se quedaron allí… no las maletas, sino los recuerdos que llevan en esu interior cosidos a la falsa funda cargada de billetes de tafetán.

Y no volverá, ni las golondrinas, ni los recuerdos, ni muchos menos, ellas, las maletas.