Pirata sin loro

Ya he llegado a la playa; encallé mi barcaza en la arena que cubre tu cuerpo.

Miro alrededor y descuelgo de tu pared el reloj. Ya no hay horas; o si las hay, son eternas.

Primer asalto: te despojo de toda la jarcia que te rodea y la tela de tus velas se convierten en la bandera que me pongo por montera.

El reloj sigue parado.

Segundo asalto: el invisible ronroneo de mi brújula me lleva a rodearte concéntricamente con mis dedos el universo que te une a la madre tierra, la tuya, la que te parió, la que te arrojó a estos mares del sur que ahora te aderezan con la sal y el sol.

Tercer asalto: ordeno abrir las compuertas del "Vagamundos errante" y llenar, con cañones de 180 libras, de plomo tus recuerdos para que te quedes clavada, "ad eternum", en su palo mayor.

Brújula rota, reloj parado… ¿qué falta?

El ron. ¿O la miel de tus ojos?

El ron sale de tus labios y dejas borracho, amonado, alumbrado, colgado, ahumado, achispado, embriagado, dipsómano, como una cuba, beodo, alcoholizado, pedo, ajumado, mamado, bebido, ebrio, calamocano, al más corsario de todos los que atraviesan a diario el frío de tu pantalla.

Despistada, desnortada, atemporal, los números no te cuadran.

Cuarto asalto: no hay cuarto, ni asalto.

Sólo un recuerdo a ron añejo en las aureolas que cubren tu corazón… y te dices "hay piratas sin loro en el hombro y tramposos con coleta".