Ellas, ellas (III)

Corría 1986, o sea con 17 años, cuando una cartelera me llamó poderosamente la atención. Un joven «yupi» posaba despechugado con una bellísima joven rubia de negro de la que no recordaba tener algo suyo en memoria (al menos, hoy no lo recuerdo). Sin embargo, compré la entrada; entré en el «Coliseo Viñas» de Motril a ver «Nueve semanas y media». Y de repente, apareció ella. Luego su póster extraído de su pose en Playboy que comercializó Interviú, y que sigue colgado tras la puerta de mi armario (mi madre se negó a que colgara a aquello en la pared) para comentarios jocosos de mis dos vástagos.

Aquella peli me sirvió para dos cosas: una, quería tener un armario como el de él, Rourke, guapísimo, con un corte de pelo ideal y un tupé que jamás tuve (hasta años más tarde); su ropa: sólo blanco y negro. Camisas blancas y el resto, todo tipo de prendas, negras. Mi armario, hoy se parece bastante al de aquella época.

Dos: Kim, con esos pechos durísimos y su «estriptis» a lo Joe Cocker, apareció en mi constelación de rubias deseables que sanaban, en mi memoria, la imposibilidad de ligar con aquella alemanita, Katia, en Salobreña que jamás me hizo caso porque tenía gafas, era algo gordito y además, no sabía ni una «papa» de alemán. Un niño de 7 años con gafas era poco o nada atractivo. Frustración omnipresente para el resto de mis días.

Aquí es donde está la cuestión. ¡Ahora lo sé! Ella, Katia, es el origen de mi obsesión por crear perennemente un universo, una galaxia, con mujeres rubias.

Estamos en 1986… aún quedan 21 años más.