La decisión

Llevo varias horas dándole a la cabeza en relación al hecho de que una joven, mediáticamente normalita, pero con una hermana "Real", haya tomado la decisión de alejarse de este mundanal ruido en busca de ese barco que la cruce a la otra orilla.

Una ingesta de pastillas; dos días de permiso; tal vez unas cartas; su hija en casa de la vecina. Todo programado. Ella lo calcula todo en una hoja de "excel" y dice adiós. No le tiembla el pulso.

Creo que un adiós por amor; un adiós barbiturizado por un hombre que la dejó y del que, estoy seguro, jamás se desenamoró. Y su marcha a Uruguay, tras haber sido picapedrero y barrendero, no dudó en dejarle un enorme hueco.

Ha muerto por amor; sin duda. Érika ha mostrado el lado más amrgo del ser humano: sufrir por amor. Esa angustia que te llena de sangre hasta los ojos; te hace vomitar desajustes mentales e incluso te obliga a comprar un tique, sólo de ida.

Las rapaces mediáticas, ahora, sobrevuelan sus restos. Su hermana, que no es santo de mi devoción -por mi convicción republicada, claro-, ayer la vi comportarse como un ser-persona (lo hizo su suegra cuando despedía a su suegro) como todos los que mirábamos la pantalla. Lloraba por su hermanita pequeña. ¿Quién no lo haría?

Me quedo con el gesto de mayor amor que Érika ha podido dejar como herencia a su hija: su memoria.

¿Egoismo o valentía?