Rojo

Cuaderno de bitácora: día 11

En este día algo extraño me invade. Tan es así que he decidido no dar mi paseo espacial. Tengo el sentido de la orientación algo alterado: nada está en su sitio. Lo veo todo en oblicuo. Incluso mi estómago está notablemente descompuesto. He defecado dos o tres veces de forma incontrolada en mi traje. Mi esfínter parece que ladra. Sin embargo, lo que más me tiene desquiciado es la incapacidad que he descubierto de ver el color rojo. Debo dejar de escribir. Estoy recibiendo la llamada de MOL.

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Acaba de transcurrir casi dos unidades de tiempo. MOL me había avisado para acudir ante él. Ha detectado a través de mi intercomunicador compulsivo – todos en Verde lo llevamos injertado desde que somos nacendos definibles que apenas tengo contacto articulado sobre palabras con el resto de la tripulación. He estado durante una buena unidad de tiempo  argumentando un discurso lleno de excusas. Él, jactándose de su humanidad, me ha llagado a entender. Una mentira más de este viaje. Sigo sin ver ese color. Necesito vomitar.

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Esta anotación se me hace interminable. He regresado del vomitorio. Esto es habitual en los navegantes espaciales. Todos los sufrimos más o menos con frecuencia. Cuando me aclaraba el agrio sabor de mi boca he sentio la necesidad de buscar el rojo. Me he traslaldo de forma sigilosa hasta el botiquín de la nave. Allí, he abierto el cajón en el que guardan todos los utensilios quirúrjicos. Ayudao por un espejo y un bisturí, he hecho una profunda incisión en mi coronilla, la altura de la bsae del nacimiento del pelo -vamos todos necesariamente rapados-.  He dejado insertado el chip en las visceras conservadas en el recipiente cónico 55 de la tercera estantería del compartimento KPAX2 que siempre permanece a 36.5º. 

He sangrado… sin embargo, mi sangre es negra.