Energía

Cuaderno de bitácora: día 20

Amanece o anochece. Ignoro en qué parámetro del cómputo de veinticuatro unidades de tiempo me encuentro. O quizá es que no debo encontrame porque navegar por el espacio es necesariamente un acto de estar perdido y sólo cuando ya sé que estoy perdido, es cuando debo empezar a encontrarme. No sé nada.

Sin lengua, me siento tan perdido como antes. Ni mejor, ni peor.

Mi incomunicación patológica, heredada de los viejos pobladores de la Tierra, me pasa en cada fracción de tiempo, su factura.

Hace apenas dos unidades de tiempo, se nos ha avisado de que por la escotilla de proa, en la tercera planta de la nave, podríamos asistir a la extinción de una estrella. A duras penas he podido llegar. Allí, con el resto de mis compañeros, he asistido a la muerte de una inmensa cantidad de energía. El destino de toda esa fuerza es el infinito… tal vez sea la fuerza de Dios, pero creo que aquí, Dios no hace nada; sólo deja que cada cosa fluya, que todo fluya de forma natural, sin complicaciones, sin excesos… cada momento es único e irrepetible. Es el silencio del cosmos -aunque nuestra computadora auxiliar de MOL no cese de recoger sonidos espaciales- . Fue en 1974 cuando en la Tierra se detectó la primera señal diferente proveniente del espacio. La llamaron "Wow".

Desde aquella señal hasta el final, hoy, en vivo y en directo, de una estrella, el Universo ha seguido su "tempo". Nosotros, antes, en la Tierra, después, en Verde y ahora, en esta nave, queremos cambiar las cosas. Y sin embargo, el epicentro universal sobre el que gira todo, no cesa. Nada se puede cambiar. Nada permanece inmutable.

Es hora de pensar que como la estrella, todos nos extinguimos para dejar paso a la herencia de nuestra energía.