Responso

Cuaderno de bitácora: día 26

Antes de nuestro encuentro común para compartir la comida, nos hemos reunido para orar por el descanso de la Tripulante nº 2. Ha sido un acto de recogimiento. Por otra parte, en mi caso, nada puedo aportar. Mi silencio se dejaba acompañar por la memoria de la que ya nos había dejado.

En Verde cuando un ser humano deja de existir, antes de ser incinerado -por Ley-, debe legar a los vivos gran parte de sus órganos vitales. Los institutos anatómico forenses de reciclaje existencial (IAFRE) son grandes contenedores de restos humanos. Recuerdo que el día en que asistí a la incinerarción de un gran amigo, que decidió dejar de existir insertando sus dedos en la toma de energía, recién salido de la ducha, me perdí en uno de los pasillo del IAFRE 33. Este recinto muy cercano a una de las unidades habitacionales aisladas que compartía con Martina, una chica que se me había asignado en el tercer doceavo, de hace quince unidades de tiempo existencial.

Pasaba por una de mis progresivas depresiones de ansiedad solitaria -una especie de mal generacional para lo que éramos nativos de Verde, pero hijos o nietos de terrícolas-. El chip me delató. Se me obligó  a aquella relación. Es obvio que fue un estrepitoso fracaso emocional. Ella decidió marcharse. Yo me seccioné las venas de mi brazo izquierdo esa misma mañana. El maldito detector, enviaba, una y otra vez la señal para evitar mi muerte voluntaria. Una unidad de intervención rápida antiabandono humano llegó a mi apartamento evitando llevar su fin mi deseo.

Aquel pasillo me llevó a la sala OJ-1245-OS. El espectáculo fue espantoso. Frente a mi, se apilaban en miles de hileras adosadas a la pared, cientos de miles de recipientes cristalinos que albergaban en su interior, parejas de globos oculares. Curisomente todo estaban vueltos hacia la puerta de entrada. Aquella sensación era terrorífica. Miles de ojos se clavaron durante una micronésima parte del tiempo, en los míos. Millones de alfileres vinieron en eso tiempo a clavarse en mi estómago. Cerré la puerta y corrí por aquellos pasillos laberínticos hasta que conseguí ver de nuevo la luz en el exterior. La muerte de mi amigo no me afectó aquel día tanto como la visión de aquel collage de un número indeterminados de circunferencias anabólicamente tratadas en geodesia líquida.

Tras acabar el responso por la Tripulante nº 2, cada uno ha regresado a su cápsula individual y la rutina.

El tiempo, sigue marcando nuestro destino.