Diluvio

Son casi las tres de la mañana. Esta maldita cortina de agua me impide ir más deprisa. La Calle de Aragón me parece interminable. Intentaré girar en esa esquina cuando llegue a la altura de Calabria.  No veo  señal alguna de que me sigan. Creo que los he despistado. No voy a poder saltarle em semáforo. Allí hay una pareja de la Guardia Urbana.

Me detengo. Luz roja. 185 caballos rugen debajo de mis piernas. Una sombra, de repente, aparece por mi izquierda. Y llega la luz blanca.