La pistolera

Y yo te creía valiente. ¡Valiente pistolera!

Desenfundas tu pistola como te enfundas el látex de tu colchón neumático desinflado. Desenfundas palabras cubiertas como la almohada enfundada de tu cama lunática. Y es que, valiente pistolera, el cañón -frío al fin y al cabo- es lo que buscas: no quemarte con cañón caliente.

Valiente pistolera de canana vacía y disparo de fogueo; si tú quisieras tirar con pólvora de rey te habrías puesto al borbón por montera -léase el helado de chocolate que se adquiere, previa lamida, en la calle madrileña del mismo nombre-.

Pistolera Valiente, prima del sastrecillo, llena tu cargador de balas de plata y dispara al pianista tecleador de estas letras que, ahora, te da la vida, porque te crea, porque te hace concepto, porque te materializa, porque sólo quiere morir con una bala tuya, antes incluso, de que sepas lo que es ser propiedad de otro forajido digital.