03
2008Vasco da Gama
El atasco era uno de esos que consiguen colocar al conductor al borde del precipio. La recortada aún estaba humeante. El maletero iba cargado con dos cuerpos calientes y esa bolsa con casi seiscientos mil euros. La salida de Lisboa no era sencilla. El Vasco da Gama estaba absolutamente colapsado. Miraba a través de mis gafas de sol: retrovisor derecho; arriba, al central; izquierdo. Todo controlado. ¡Esos putos polis lisboetas sudorosos no se enteran de nada! pensaba.
Me sentía feliz, casi seguro entre aquel enjambre enfilado de vehículos. Desde el aire me imaginaba un enorme pespunte rojo. Algo, sin embargo, consiguió atraer mi mirada. A unos tres vehículos más adelante, se oían gritos. Pese a ello, sólo veía una cabeza en cada vehículo. En un suspiro, una persona, en aquella conjura automovilística, se bajó de su WV Golf blanco. Se dirigió hacia el enorme anden a la derecha. Sólo pude ver un esbelto cuerpo femenino; una larga melena castaña. Subida a lo más alto del guardacuerpos, permaneció por unos segundos inmóvil. Bajé de mi coche arrastrado por una extraña sensación de peligro. El resto parecía haberse quedado atrapado en una fotografía. Me acerqué sigilosamente y conseguí cogerla de su brazo derecho.
Si giró con unos ojos de invitación: ¿vienes conmigo?
Saltamos juntos.
Desde entonces la entrada a Lisboa es siempre más fresca y ligera.
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