El cartero

Cada mañana María bajaba a la misma hora. Esperaba a que el cartero, aquel chico con su moto amarilla, llegara al portal número 25 de la calle Dulcenombre. Ella pensaba que él, un día, se le acercaría para dejarle sobre sus manos, la carta que nunca llegaba. Agustín se había ido al frente, hacía ya tres meses. Y ni una sola señal de su existencia. Cada día que pasaba, María iba perdiendo su esperanza; la esperanza de saber, si al menos, Agustín, seguía vivo.

La mañana del 17 de mayo, el chico de la moto amarilla, aparcó donde siempre. Sacó su enorme montón de cartas pilladas con varias gomas marrones. Su cartera marrón de piel parecía que tenía ya muchas horas de servicio. Se detuvo frente a ella.

– ¿Señorita Fernández Alba?

– Sí, soy yo.

– Traigo una carta del Ministerio de Defensa.

Ella extendió sus dos extremidades superiores. Apenas hasta el codo. El cartero, sorprendido, afirmó:

– Prefiere que se la lea.

– ¡Hágalo!

Aquella carta  le informaba de que Agustín Sagasta Almunia había sido ejecutado en el garrote vil por haberle cortado los brazos a la hija del General Fernández Manzano.

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