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2010Cierro los ojos / Abro los ojos
Diario IDEAL, 6 enero 2010
Cierro los ojos. Es aún de noche. No ha amanecido. Oigo como el corazón late demasiado fuerte; se saldrá de su sitio. Hay un silencio sepulcral. Deben de ser las seis de la mañana. No tengo reloj. Soy demasiado pequeño para tener un reloj. Es cosa de los adultos. Decido levantarme. Mi abuela me ha colocado tres mantas. Me cuesta salir del colchón de lana que se traga tu cuerpo. Mis dos hermanos duermen. El suelo está helado. La casa está helada. Pero es algo a que a esta edad te importa bien poco. Incluso la oscuridad que tanto medio da, en esta ocasión es la mejor aliada para deslizarse como una lagartija por el pasillo que parece que no tiene fin. Los abuelos duermen en su habitación; mis padres, lo mismo. Doblo la esquina del pasillo. Procuro no tirar el barril que mi abuelo destina para guardar el vino de Jerez. Llego al salón. Cierro la puerta. El silencio sigue siendo mi mejor compañía. Llego al interruptor. Se hace la luz. Allí, debajo de la televisión, están mis juguetes. Han llegado los Reyes. Me aguanto un enorme grito silencioso. Salto y salto. Corro a despertar a mis hermanos: ¡han llegado, han llegado! Una escopeta con animales salvajes de colores como blanco que lanza flechas con ventosas y un traje de sheriff es la recompensa a un año de espera.
Abro los ojos. Una enorme culebra roja yace escurridiza ante mi. Miles de insectos mecánicos se alinean delante de mí para entrar en la fosa común. Es la llamada del centro comercial. Los cristales se empañan. Mi memoria también. En la radio nos avisan: hay que tener paciencia. Llueve y se agotan las compras de última hora. Putas compras, putos regalos, putas colas. Mi cabeza hierve por descabezado e improvisador. Y todo, para el final. Toca chupar tubos de escape, señoras histéricas y señores que compran perlas para sus amantes hoteleras. Consigo aparcar. Veo una pelea entre dos personas abducidas por el espíritu del consumo: una al otro le grita porque le ha robado su plaza de garaje. No es necesario esperar a 2012. El fin del mundo, de la humanidad, llega en Navidad. Camino sin alma por unas escaleras mecánicas que me vomitan a una enorme jauría de mechas, bufandas y bolsas doradas. Los espermatozoides de esta gran corrida aquí son billetes y tarjetas. Unos tras otras. Me siento ausente. No estoy. No llegan. Los Reyes para mi se quedaron detenidos aquella noche. La primera noche que recuerdo que llegaron a verme, a visitarme, a dejarme mi escopeta y mi traje de sheriff. Hoy, más republicano que nunca, me cago en mis putos muertos y en por qué tuvieron que decirme que, un día, me tocaría ser a mí ser rey mago. Una mierda. No hay magia. Sólo excrementos crematísticos.
Cierro los ojos. Regreso a la noche, la primera. Atisbo una enorme sonrisa en mis labios. Respiración contenida. Y mis ojos bailando al son de las luces que la noche de Reyes se les enciende a cada niño al ver sus regalos. Esa magia, la de esa noche, la de mi primera noche, nadie, ni con los ojos bien abiertos, me podrá robar.
Para ladrones ya están los políticos.
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