‘La isla interior’ o cómo naufragar en familia

Es cierto que nacemos, vivimos y morimos en familia. Nos guste o no la primera representación de la sociedad a la que nos enfrentamos justo al nacer es la familia. Y como elemento sustancial de nuestra vida nos condiciona. La isla interior es eso, familia en estado puro. Luces, sombras, miedos, fantasmas, encubrimientos, etc. Un retrato austero, serio, sin caer en melodramas gratuitos, presenta una factura técnica impecable, más típica de un director de cine centro europeo que de dos canarios, ahogados en pasión y calma atlántica: Dunia Ayaso y Félix Sabroso.

La isla interior tiene un guión -nos cuenta una historia- por todos conocidos pero tiene el enorme acierto de dejarnos, plano sobre plano, las verdades que, de una forma u otra, todas las familias del mundo esconden. La película te lleva desde el minuto uno cogido de la mano para recorrer el universo de cinco personajes -bordados por Cristina Marcos, Candela Peña, Alberto San Juan y Geraldine Chaplin– hasta llegar al momento final en el que debes empezar a digerir lo que has visto. No hay ni un sólo segundo de exceso, lágrimas o sobreactuación. Todo está justamente medido y comedido. Controlado. Me atrevería a decir que es una película cartesiana en su planteamiento, desarrollo y final. Tiene la virtud del mejor cine: enseñar lo que no se ve. Y es tan duro lo que ni se ve, ni se oye, que todo los sientes bien dentro. Un retrato en color de una fotografía en blanco y negro de corte universal. Nadie conoce mejor el peso de la familia que el que vive en familia, o sea, los seres humanos.

El momento memorable de la cinta, para mí, se guarda en una secuencia al final digna de los mejores directores de cine -y de lo que he visto últimamente-: los personajes regresando a su casa, la casa familiar, situada al borde del mar, pintada entre un rojo corinto y rioja viejo, tatuada por desconchones, recorrida por rajas y hasta con una ventana tapiada.

Una visión metafórica en forma de casa -otro personaje- de lo que es siempre una familia: lugar de recogimiento pero repleto de enormes imperfecciones.