Un trozo de azul

Diario IDEAL 31 marzo 2010

‘Señor no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme’. Estamos en Semana de Pasión y las ciudades, sobre todo andaluzas, se llenan de gentes que callejean tras los tronos, las bandas de música, el olor a incienso y cera penitenciales. Sin embargo, pese a toda esta presencia, hay quienes recordando las palabras del centurión, más terrenales, menos místicos y tal vez, menos ‘semanasanteros’ pero más en orden con la propia Creación, creemos que el poder de sanar está en un trozo de azul.

Ya lo decía incluso Neruda: ‘Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes/ a tus ojos oceánicos’. Es una de las metáforas, en español, más universales, bellas y ciertas. No hay nada como unos ojos oceánicos. No hay nada como unos ojos que miren, observen, se deleiten con una horizonte oceánico. Son trozos de azul con poderes curativos, que sanan, cauterizan y hasta equilibran el desorden general que, como torpes neonatos, generamos y provocamos a nuestros alrededor.

Es el caos de vivir. De existir. Bajo un presunto orden y concierto nada cuadra porque hace tiempo que el ser humano no busca el círculo sino la cuadratura del mismo. Y como penitencia, arrastramos los estigmas y heridas que producen los ángulos y descansamos sobre la inanición vital que ofrece una línea recta. Cuando lo correcto es buscar lo redondo, lo esférico, lo integrador… así como los planetas o las estrellas. Algo universal, inacabable, estético y armónico.

Respetándolo todo, hemos preferido cilicios que caricias; mostrar supurantes llagas que prevenir las cicatrices; subir a los calvarios que observar el desierto. Y todo, pese a creer que en muchas de las palabras del Nuevo Testamento se haya la verdadera esencia de nosotros considerados como seres humanos… ‘dejad que los niños se acerquen a mí, amaos unos a otros como yo os he amado, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra, perdónalos porque no saben lo que hacen o habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones’. Son palabras a las que, pese a mi total divorcio religioso, acudo de vez en cuando a leer. Y sobre todo a releer en estos pasajes que, con la fuerza que ahora me transmite un trozo de azul de la Creación, siento en mis entrañas, al sentirme, en forma circular, en paz con los elementos.

Era lo que sentía el teniente Dunbar al hablar con ‘Diez Osos’. O es lo que siente mucha gente cuando, gracias a las grandes cosas disfruta de los mínimos detalles con libertad y humildad, los pilares de nuestra autoestima, ésa que cuando mira, observa, se deleita con un trozo de azul, ve convertida su existencia en una concéntrica y esférica sensación vital.

Por eso, me habría gustado conversar con Jesús a la orilla del mar.