Fue un enorme placer

Diario IDEAL, 12 mayo 2010

¡El viajar es un placer, que nos suele suceder!, tararea la coplilla que de pequeños nos hacía cantar Fofó y el resto de los Payasos de la tele. Como si de un himno se tratara. Se ha reproducido en anuncios, reclamos publicitarios, etc. El viajar siempre es un placer y se dice, que es la mejor inyección para los ‘boinitas’ nacionalistas que creen que su terruño es lo mejor de la conexión ultraplanateria porque creen que donde acaba su territorio hay una zanja, de tal profundidad, que ni Merkel podría salvar. Algo así como ese infinito negro que había al final de la Tierra cuando se creía que era plana y si no lo creías te metían un ‘misto’ y ardías como la tea por brujo, hereje y demás epítetos exclusivos de los guardianes sotaneros. Aunque el otro día viendo a Hipatia en Ágora’, y sus descubrimientos, entendía -una vez más- por qué la religión es otro negocio de los hombres idéntico a los partidos políticos.

Pero hecha esta anotación pseudo monologuera interior, sigo con el viaje. Con viajar. Y esta vez en tren. Ayer hice en el mismo día, gracias al AVE, el trayecto Madrid- Sevilla-Madrid. Fue un enorme placer. El viajar, por supuesto, pero lo mejor es que apenas sin darte cuenta llegas a tu destino, puedes trabajar con comodidad, descansar a tus anchas o simplemente ver paisajes de nuestra España que de otra forma y manera no sería posible.

Viajo muy poco en tren. Es el gran desconocido para mi. No el Transiberiano o el que usaba Poirot para descubrir a sus asesinos motorizados, sino el que vertebra ya muchas zonas de España, lejos de aquel Cádiz-Barcelona que recogía a miles de andaluces pobres que viajaban para crear riqueza en otras ‘nacionalidades’ españolas, viajes de los que ahora nadie se acuerda salvo para patearnos el culo con la división, reparto y subasta de nuestros impuestos, banderitas, estatutitos y escupitajos lingüísticos. El tren, por cierto, es parte de la memoria histórica jiennense que Garzón no ha investigado… era ¿el tren de la muerte? No sé… habladurías de viejos.

Pero en todo caso el tren sigue siendo un método barato, ecológico y muy puntual, digno de ser utilizado y disfrutado. Lástima que desde Madrid a Almería se tarde más de seis horas, pero bien vale no atascarse en nubes polvorientas antes de coger un avioncito que te quite un año de vida en las operaciones de despegue y aterrizaje. En breve tengo uno a Barcelona y ya tengo los sudores de la muerte. Será que soy muy terrenal y como no espero salvar mi alma porque mi alma se quedará en el hiperespacio sideral, esperando a que la conjunción planetaria ‘pajinera’ me lleve a otras dimensiones menos carnales y crematísticas que las que mueven actualmente el globo terráqueo, por eso el tren no me acojona.

Ayer -por el lunes- disfruté mucho de mi viaje en tren. Y lo recomiendo. Es sano -por lo ‘infartakos’ que evita-, rápido y puedes subirte a él con menos de dos minutos de antelación. Lo peor, quizá, es que no asistes a ese desnudez pública que sufrimos en los aeropuertos donde descubres los ‘tomates’ en los ‘calcetas’ de los ejecutivos bien ‘peinaos’ y los delicados hilos del tanga que usa tu predecesora en la fila.