Stone vs De Niro

Ir al cine es siempre un placer. Lo reconozco. Y cada día disfruto un poco más. La última visionada ha sido Stone de John Curran con Robert de Niro, Edward Norton -siempre joven- y la cada día más bella, Milla Jovovich. Stone es un tour de force entre los dos protas masculinos, roto por la intervención altamente sexual de Milla, con unos pies en chanclas la mar de eróticos -solo (ya no pongo tilde porque lo dice la RAE) para fetichistas-, que muestra una parte de la sociedad USA que tanto se desconoce por este terruño patrio cada vez más lleno de horteras superficiales de barrio. Curran nos ofrece el peso de la monotonía en una matrimonio absolutamente castigado por ese mal, la monotonía, abrasado por el peso de la onmipresente religión –¡yo soy episcopalista!, grita De Niro en una de las escenas.

Stone es una película sobre la amargura, la duda, la existencia, el desamor… La vida es así de monótona. De Niro, agente que supervisa las condicionales de una prisión, a punto de jubilarse, se topa con el expediente de Norton, alias Stone, casado con la bomba sexual Milla, que luce cuerpazo -y pies en cholas, insisto-, que turbará la vida del primero en busca de la condicional del segundo.

Diálogos inteligentes, planos muy largos y una perenne emisora religiosa -tipo Radio María- de fondo. Es una parte de la gran USA que no sale en las portadas de los periódicos -herramienta de trabajo de los incultos coréutas exégetas analistas políticos de medio pelo que tenemos en este país tan gris-.

Ver Stone es darse un trago con el más amargo de los lampantes sin filtrar.