Acerca de la muerte

Diario IDEAL, 4 mayo 2011

Me acabo de enterar de que unos de los principales motores de Claustro Poético, Miguel Moreno, nos dejó en el mes de marzo. Y yo sin saberlo. A veces la ignorancia es el mejor de los estados ya que no terminas nunca de conocer por dónde vas y, perdido, intentar encontrarse.

Y es que todo tiene su punto y final. Cuando en el mundo en el que vivimos todo tiende a relativizarse, la pérdida de seres queridos aún tiene ese regusto a amargura que bebe de nuestra tradición judeocristiana que nos hace sentir dolor y luto por su marcha eterna. En eso también me inclino más por la tradición anglosajona que, lejos de restarle dolor y luto, enfoca esta pérdida de otra forma… cultural.

La muerte es algo tan natural como la vida. Hay muerte porque hay vida y sin vida no habría muerte. Por eso acojona no contarlo más. Y nadie en su sano juicio desea pasar a probarse el traje de pino que total, no lo disfrutas, pese al pastón que se gastan en trajes, flores, misas y sepelios.

Si a esto añadimos que un servidor no cree en el más allá, ni la vida eterna ni en nada que represente un ‘plus ultra’, pues sabe que cuando se apague la luz, el sueño eterno será esa oscuridad donde nos ahoguemos similar a la que estábamos antes de nacer. ¿Alguien se acuerda de qué era o sentía antes de nacer? No. Y no es hasta bien entrados los 5 ó 6 años, cuando comenzamos a almacenar recuerdos. Polvo eres y en polvo te convertirás

Somo seres racionales. Nuestro principal órgano es el cebero que es sobre el que gira el motor del mismo, o sea el corazón, y pese a que éste se puede desenchufar, nuestra razón-inteligencia puede sobrevivir y no es hasta que la actividad cerebral es igual a cero, cuando pueden certificar que ‘campana y se acabó’. Y es aquí querido amigo lector cuando entran las teorías de las otras vidas. Hay para todo los gustos, colores, sabores, creencias, tendencias, modas…

Pero como ya he aclarado, yo no creo. Sólo creo en nuestra carga genética que es, al fin y al cabo, la que dejamos impresa en sucesivas generaciones. Es el recuerdo de los nuestros, amigos, familia, conocidos, los que nos hacen ‘no morir’, seguir presentes, vivos de alguna manera. Tal vez fuera esta la última causa que me llevara un día a pensar en escribir. Será la única forma de que me recuerden cuando ya no esté aquí y serán mis palabras, mis textos, los que revivan que una vez pasé por este lugar, como otro más, intentando que los que estuvieran a mi alrededor vivieran una vida lo más plena posible.

Es mi recuerdo para Miguel. Es mi herencia para al futuro. Palabras escritas. Superan la muerte. Si no, jamás sabríamos de los grandes de la Historia. No seré nunca Homero, pero desde luego tengo motivos para pensar que en varios cientos de años alguien, un día, pueda decir que esto, eso o aquello lo escribió un antepasado suyo. Seré revivido. Volveré a la vida. A la vida del escritor que para ser, debe ser leído.

Y para esto no hay muerte física posible.

In memoriam de Miguel Moreno Jara