Siento no haber llegado a la cita. Pero sé que me perdonarás porque todos mis errores -del corazón- cuentan con tu perdón. No es necesario que te recuerde porque a diario, cada vez que miro mi móvil, mi fondo de escritorio o la pared enfrente de mi mesa de trabajo, te veo, te siento y hasta noto como respiras junto a mi oído como queriendo seguir siendo ese dulce ángel que nunca debió de irse de lo real para instalarse en lo onírico.

Pero es que ya sabes como soy. Despistado y ocupado. Tu humilde entrevistador te sigue viendo con aquellos pocos y escasos 36 años, y desde luego hubiera dado toda mi vida por acercarte el albornoz que cubrió por última vez tu desnudo cuerpo en la inacabada y loca película de tu propia existencia.

Hoy pese a que ya pasó, me detengo frente a tus ojos de niña perdida y reclamo, una vez más, que me soples ligeramente para que preñes de Chanel nº 5 mi escritorio abandonado.

Sigo aquí, esperándote. Aunque hayan pasado 85 años.

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El 1 de junio, ella habría cumplido 85 años.