Sin inspiración

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Diario IDEAL, 3 agosto 2011

La verdad que el noble arte de escribir y el no menos noble oficio de escritor tiene, a veces, el insufrible embiste de la ausencia de inspiración. Ni el güisqui, ni la marihuana, ni tan siquiera, la visitas nocturnas de Ana o los vídeos ‘hot’ que me envía esa admiradora loca que tengo en la Patagonia, consiguen que la inspiración venga a visitarme. Además, no termino de hallarme en este nuevo piso que he adquirido gracias al último ‘convoluto’ que gestioné junto a Teddy Trena que me ha reportado más que sustanciosos beneficios por intermediar en la gestión de la bolsa de derechos de unos autores que, en realidad llevaban muertos algunos años. El oficio de escritor no da para muchos y gracias a Internet, hoy, cobramos menos aún. Por eso y por las relaciones que TT tiene en la capital, me pilló para ayudarle en la gestión. El resultado es este pisito situado, eso sí, sobre un generador de testosterona.

El gimnasio que comparte entrada con el edificio es frecuentado por hombres, solo hombres, a mi juicio, demasiado corpulentos; la mayoría de ellos, según me dijo Paco, el portero, dedicados la seguridad privada y otros, a compartir sus esculturales tabletas de chocolate por garitos de todo tipo en la noche capitalina.

A veces me siento en el banco que hay frente al portal y los veo entrar, perfectamente trajeados y otras veces, engominados y embutidos en camisetas que jamás le cabrían a un niño de once años. Ignoro el motivo por el que estos chicos, todos cortados por el mismo patrón, lucen esas estrecheces, tan incómodas -a simple vista-. Paco afirma que, además, algunos de ellos son pareja y que en los baños del gimnasio, a veces, se oyen o peleas o algarabías de toda índole.

Cuando pienso en eso, creo que es el efecto de la testosterona, esa sustancia que nos hace, o ser más musculosos o ser más violentos… ¿o ambas cosas a la vez?

‘Clam, clam, clam, clam, clam, clam’. Seis detonaciones oigo en apenas fracciones de segundo. ‘Clam’. Una séptima detonación. Dormitaba sobre mi sillón favorito mientras que Ana acababa sus trabajos bucales. La aparté tan rápido que me gritó toda una serie de adjetivos calificativos que no llegué a entender. Nunca he sabido si es española, alemana o polaca. La cuestión es que al asomarme al balcón he visto como en muy pocos minutos, la entrada del edificio se llenaba de hombres. He bajado por las escaleres abrochándome los botones de mi bragueta. -La moda de estos jeans de botones es un coñazo ¡bendita cremallera!-.

Los servicios de emergencia ya han llegado. No lo puedo creer. Y la prensa ¿ya están aquí también? No es posible. Será ese engendro tipo ‘tamagochi’ que es Twitter. Saco una cajetilla de mi Camel. Me meto un pitillo en la boca. Busco fuego pero no llevo y, allí, buscarlo, es tarea imposible. Entre sanitarios y testosterónicos, nadie me lo dará.

Tragándome mis propias palabras abro mi teléfono y me conecto a la cuenta de Twitter: @69vagamundos. El director del diario para el que escribo cada semana, informa: ‘un agente de la guardia civil asesina de seis tiros a su novio en un gimnasio. Luego, se da un tiro en la cara’.

Salgo de la aplicación y lo llamo por teléfono. Y me dice el muy guasón: ¿no estabas sin inspiración? Ahora ya no puedes alegarlo. ¡Tienes una historia que te ha explotado en los huevos!

Y en ese momento caí en la cuenta de que Ana estaba aún desnuda en el piso.

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Quinto relato de verano.