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2011¿Dónde estabas tú en el 77?
Diario IDEAL, 31 agosto 2011
Esta misma mañana ha decidido afeitarse. Su hijo le confirmó ancohe que se cara era de ‘viejuno’. Es el mayor de la pandilla pero con esa barba veraniega, efectivamente, lo hec mayor. Ha decidido rasurarse. Y es que ya na es como antes. Justo ahora que se acaba el verano, que llega la hora de volver a la rutina, sus hijos le dicen que parece mayor. Roberto ha sufrido un shock. Sus hijos comienzan a verlo mayor, algo que jamás creyó que llegaría a suceder, tal vez porque nunca imaginó que, efectivamente, el tiempos se escapa. Su maestro de profesión le dijo un día: el tiempo verás que se escapa no porque no crea que te pasa factura atí, sino porque verás a tus hijos crecer. Es la realidad de lo efímero que es este tránsito terrenal. Por eso morimos tan apegados a lo que se consume, a lo que se acaba… a lo que creemos que tendrá un fin. Sí, todo, menos algo que permanecer invariable, piensa Roberto mientras que se da una nueva pasada por la cara. El amor de un verano. El amor del verano del 77. El primer amor. El amor que junto al aroma de jazmín y galán de noche regresa cada año para recordarte que un día, de verdad, estuviste enamorado.
Aún Roberto ve esos edificios blancos, llamados los Peréz López que aquel verano fueron elegidos por sus padres para pasar quince días. Sonaba Abba. A todas horas. Y en aquella urbanización había poco turismo patrio. Había más extranjeros. Un día sin más, ella, alemanita de muy pocos años, apareció en la vida de Roberto para no volver a irse jamás, pese a todos los años pasados.
Niños que correteaban por la arena o que compartían un espeto de sardinas en las noches de moragas donde, sin saber nada del idioma del otro, nacería ese amor puro, inmaculado, no contaminado, que perdura en la memoria como un rinconcito intangible y sobre todo, intimísimo, en el que sólo caben dos personas: Roberto y la dulce alemanita de doradísimos cabellos y ojos profundamente azules como ese color veraniego de medio día que decorada el Mar Mediterráneo. Quince días de amor entre dos niños pero que ahora, casi cuarenta años después, sigue vivo y presente al pasear junto al aroma que deja ese jazmín o ese galán de noche, dibujando su sonrisa de amor primerizo en el aire.
Roberto jamás volvió a ver a aquella alemanita, pero cada verano la recuerda. Recuerda el tacto de su pelo, la inmensidad de su sonrisa o el ritmo acelerado de su corazón al amanecer y pensar que la iba a a volver a ver en la playa o la piscina. Ella será ahora toda una joven señora madre como él es un joven señor padre, con vidas medio resueltas y con hijos que se atreven a decirte que pareces un ‘viejuno’.
Roberto se enjuaga la cara. Retira delicadamente el resto de espuma de afeitar de su cara y sonría al verse reflejado en el espejo. Mientras ha durado el afeitado ha sido capaz de viajar a ese lugar donde todavía es casi niño pero siente como un adulto. No ha tenido miedo. No ha jugado a que ese tiempo ya no volverá. Ni siquiera ha repetido lo único que aprendió aquel año… un encrucijado ich liebe dich que le dijo en el asiento de atrás de un Seat 600 una de las noches camino con sus padres a una verbena. Toda una entrañable e infantil declaración de amor.
El coloca, otra vez, la toalla en su sitio. Vuelve a mirarse y se dice entre pícaro y melancólico: estaré ‘viejuno’ pero viví para siempre aquel verano del 77. ¿Dónde estabas tú?
PA: Con este relato acabo mis entregas prometidas de ocho minis para un verano. Este de 2011. Espero, querido lector, que hayas encontrado sosiego en ellos. Al menos, escribir de esta forma, a mí, me relaja. Ya empezamos el curso y es hora de saber que el verano pasó. ¡Te imaginas si siempre fuera verano! Un placer
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