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2011En qué pienso cuando pienso en escribir
Diario IDEAL 23 noviembre 2011
No es un título original. Hay mucho de Murakami en esta columna, sugerido por algún amigo tuitero que bien sabe que, a veces, uno no escribe lo que desea. Me explico. Hoy -por ayer- he compartido más de una hora de la clase de Lengua con los alumnos del IES ‘Puerta de Arenas’ en Campillo de Arenas. En ella, más que hablar de Literatura o de la propio creación literaria y meternos en charcos para diseccionar la gran Literatura desde Homero a Dos Passos, pasando por Séneca y llegando a Matilde Asensi, curiosamente con el devenir de la charla, al final, he corroborado una vez más que, efectivamente, el escritor es un contador-narrador de la realidad que le rodea. Por eso en el siglo XV no se escribía de redes e Internet. Se escribía de cabellror, resyes, doncellas, amor, batallas, hambrunas porque era lo que se veía y se conocía. Hoy podemos viajar en el tiempo, no porque antes no se hiciera, sino porque hoy, gracias a la tecnología, podemos conocer hasta el último detalle de aquella ciudad que quedara escondida bajo una nube de cenizas en la Polinesia, sin necesidad de salir de casa. Hasta el siglo XIX casi nadie pesnaba en viajar a la Luna. Hoy se escribe sobre el siglo XXX. Cuando Homero describía la forma de las naves que protagonizaban el viaje del eterno héroe, no pensaba que un día, cacharros metálicos con miles de kilos prodrían surcar el océnao en apena unas horas y llevarnos de Madrid a Nueva York en una cabezacita de sueño.
Sin embargo, pese a ese discurrir del tiempo, el escritor ha hablado y escrito, sobre todo, de lo que le rodeaba o conocía. Por eso es fácil hallar temas comunes en todos como el amor, el odio, la envidia, la codicia… al fin y al cabo, tan humanos y tan presentes en nuestra vida que fuera en el 1500 a.c o en pleno 2011, sigue siendo de rabiosa actualidad puesto que, como digo, son componentes del mismo ser humano.
Alguien me preguntaba sobre si la Literatura actual es menos trabajada y profunda que la ‘clásica’. ¡Bueno! El tiempo lo dirá -mi reflexión en voz alta-. Muchos escritores desaparecieron en su día muertos de hambre y con el paso de los años, su honor y fama fue mundialmente reconocida. Sólo es el tiempo el que será el juez que determine si nuestra forma de entender la Literatura es buena o no. Pero lo que sí está claro es que seguro que a Larra, en aquel dolor patrio, le habría encantado compartir sus emociones en la redes sociales y habría practicado sexo a través de su pc con su amante, aunque luego se fuera con otro.
No podemos negarnos a ser testigos de nuestro tiempo. Por eso me gusta la Literatura contemporánea. La que habla de acciones y omisiones cometidas en los tiempos que nos ocupan, con calle sucias, olor a ‘wisky’, pólvora, y las canciones de ‘The Doors’ sonando en una vieja caja de música que nos proyecta el ronroneo de los vinilos cascados. Veo cierta impostura en aquellos que, volcados en Wikipedia y con un enorme grupo de colaboradores, montan un pasado a la medida del escritor, porque es fácil inventarse una historia en base a la Historia. Pero es cuestión de gustos.
Ahora si me pregunto en qué pienso cuando pienso en escribir, la inmensa mayoría de la veces, es en ese banco de una esquina transitada que me permite observar a las gentes que van de allí para allá. Meterlos en una sucesión de fotogramas y con una banda sonora, confeccionar una historia -de hoy- basada en la simple observación de unos segundos. No sé si eso será Literatura. Pero hemos visto historias que apenas usan cuatro palabras o viven gracias a los relojes derretidos que un genio un día dejó pintados en un cuadro expuesto en Figueras. Al fin y al cabo eso es la creación literaria. Con mayúscula o en minúscula. Articular nuestra lengua para crear, o al menos intentarlo, historias que, pasados cientos de años, sigan sonando a actuales.
Por eso no sé por qué no todos hablan de sexo, si al final, como en los animales, es lo que mueve este mundo. ¡Ah! Y el dinero.
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