Un miedo, dos miedos, tres miedos

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Diario IDEAL, 11 enero 2012

Renace de sus cenizas el nuevo año que nos trae las perores cumbres borrascosas a nuestras vidas. Apoyados en el quicio de la puerta, esperamos. Tiempo. Maldito tiempo. Tenemos que espantar males, eso dicen, al menos, si decimos en público y en voz alta, cuáles son nuestros miedos.

Anoche veía la película sobre la vida de Edith Piaf; desconocía el nombre de la cantante francesa cuyas canciones había oído en infinidad de ocasiones. Voz singular, rota, grave, única. Como su vida. En un fragmento de la proyección, una periodista la entrevista a la orilla del mar y le pregunta: ¿Tiene miedo a morir? Y ella contesta: no; tengo miedo a la soledad.

Al irme a dormir, sonaban en mi memoria las letras de ‘Non, je ne regrette rien’ o ‘La vie en rose’ mientras que los números rojos del reloj, iluminaban mi caminar indicándome, dónde reside mi miedo. Mis miedos. Sí, los tengo. El tiempo y la oscuridad. Dos miedos que me atenazan cada día más.

La noche es esa extraña pasajera que cada cierto tiempo se empeña en colarse en tu vida, sin invitación, sin pedir permiso. Esa disconforme ausencia de luz que nos hace ser ciegos, ciegos en todos los sentidos. Incluso cuando se es miope de alta graduación, la oscuridad es difusa, diáfana, te atrapa, te ahoga, te asusta. Es el miedo. Es el no saber dónde estás. Y es que perdido, aunque sea la mejor forma de encontrarse, el tiempo tambien te engulle.

Tiempo sin tiempo es lo que piden las musas, las amantes, una puesta de sol o la simple cadencia del romper de un mar en calma. Y sin embargo, pasa. Pasa el tiempo, pasan las horas, pasan los días, pasan los meses; caen sin perdón los años. Años buenos, malos y regulares. Aquellos maravillosos años o los años en los que vivimos peligrosamente.

Y pasan porque tú no eres dueño del tiempo. Eres un ciego ante las manecillas del reloj. Una nueva oscuridad rodea a esa sensación de orfandad de poder. Ausencia de poder. No puedes controlarlo. Ni quiere