El año que amamos peligrosamente

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Diario IDEAL, 29 febrero 2012

La Historia de la humanidad, como no, está repleta de guerras, de batallas, de sombras. Pro sin duda, esta misma Historia está preñada de grandes historias de amor. Primero la literatura, luego la música, hoy el cine, son las herramientas por las que han ido volando las más bellas palabras que jamás pudieron enlazarse desde la Odisea, pasando por el Nuevo Testamento, llegando a Fray Luis de León, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Shakespeare, o Bécquer. En el fondo Penélope amaba a Odiseo, Jesús nos pedía que lo hiciéramos con el prójimo como a nosotros mismos, o el amor por Dios, por Romeo o simplemente por esa golondrina que en forma de poesía eras tú, amada.

Así es la nuestra Historia. Ya en pleno siglo XX, el siglo de la guerra civil europea que jalonaron los años desde el año 1914 hasta 1945, el cine, ese invento francés, ha concitado, junto a las citadas obras y autores literarios, las más bellas historias de amor.Hoy resumo dos, dos que ya he tenido ocasión de citar, pero que sin duda, pese a a haberlas visto en innumerables ocasiones, no dejo de pensar que son obras universales construidas sobre el más elemental de nuestros sentimientos fruto de nuestra inteligencia humana: el amor. La capacidad de amar y ser amado, creo, es unos de los rasgos que nos vuelven únicos. Como únicas son esas intensísimas historias de amor que podrían venir desde ‘Lo que el viento se llevó’ a ‘Doctor Zhivago’, pasando por ‘El paciente inglés’ o ‘Memoria de Africa’.

‘El lector’ y ‘Los puentes de Madison’ ambas sensacionales películas, curiosamente tienen su origen en la Literatura. El profesor de leyes y juez alemán Bernhard Schlink y el escritor norteamericano Robert James Waller, son los autores de dos bellísimas historias de amor que tiene muchos elementos en común: lo imposible y su duración eterna, por ejemplo. Nada nuevo bajo el sol. Los amores imposibles ya los relataba Irving en sus ‘Cuentos de la Alhambra’ o el amor eterno es el que María Magdalena se llevó para siempre tras ver resucitar a Jesús.

Sin embargo hay otro hecho que me parece especialmente significativo y que creo que merece un segundo de reflexión: ambos, amores imposibles y ocultos, se tornan para sus atormentadas vidas, señal para llegar hasta el final de nuestros días guardando en nuestro corazón algo irrepetible; algo tan sencillamente maravilloso, que llegada la hora final, uno comparte con los que más ha querido durante todos los días de su vida.

En este caso son los hijos de los protagonistas de ambas obras, los receptores de esas historias de amor. Y yo me pregunto ¿acaso no debemos, cada uno de nosotros, vivir esa historia de amor para que un día la conozcan nuestros hijos? ¿no nos merecemos sentir esa historia imposible que incluso nos haga perder la razón durante cuatro días o un verano? ¿no nos hace más humanos amar y sentir así durante todos los días de nuestra vida?

El año que amé peligrosamente será la última carta que les escriba a mis hijos. En ella relataré cómo aquel año, me sentí durante días o un verano, poseedor de un amor imposible que, sin embargo, ha vivido conmigo todos los días de mi vida. Será una carta en la que ellos descubrirán, como seres amados míos, cómo una historia de amor es capaz de pervivir durante toda una vida, alimentando las más bellas e intensas horas jamás vividas.

Y serán mis cenizas, esparcidas en un atardecer de Zahara de los Atunes, las únicas que se lleven para siempre aquella historia de amor jamás contada. Y acabada nuestra vida, serán ellos los legítimos tenedores de algo que, pese a no vivirlo, podrán compartirlo un día con sus hijos, haciendo lo único que puede hacer el ser humano una vez que ya no está aquí: ser realidad a través de los recuerdos de sus seres queridos.No dejes de vivir ese año. No dejes de recordarlo. No dejes de sentirlo. Y cuando creas que llega tu hora, escríbelo y déjalo a los que te sucedan.

Será el testamento más bello que jamás recibirán.