Cruce de caminos


Cruce de caminos by vagamundos TAGS:

Diario IDEAL, 4 abril 2012

Estas semanas que he estado por tierras británicas me han aportado ese granito de serenidad que me hacía falta ya que había encajado, una tras otra, diferentes actividades que me habían llevado casi a la multiplicación por cero. Un poco más y me extingo. El ver las cosas desde el otro lado del Canal de la Macha, me ha aportado más visión aún, de la realidad que me rodea. Por eso bajo el lema, ‘life is too short’, y no pudiendo cambiar lo que nadie desee que cambie, me he dejado llevar por los diferentes cruces de caminos que a lo largo de estos días me he ido encontrando. Otra forma de crecer. Correr por las calles y parques de Londres tiene el aliciente de sentirte atrapado por un laberíntico ir y venir de gentes, coches, autobuses, siempre en sentido contrario, que hace que te sientas dulcemente perdido. Es como esa sensación del tercer trago de la tercera copa que te sientes en un ir que me voy, pero que sigo aquí, pero que ya aquí no me hallo.

Letreros esculpidos en viejas chapas que me indicaban por donde seguir o por donde elegir para continuar. Caminos de tierra que se dividían en tres o más rutas diferentes, rodeado de un verde tan inmenso que te sentías engullido por un horizonte que cambia el azul plomizo del mar por esa fina y delicada hilera verde con olor a patria vieja y Enrique VIII.

Esta permanente elección de si voy a la derecha, recto o a la izquierda, tenía ese tufillo de aventura del que busca voluntariamente perderse para luego, reencontrado, poder contar que la mejor sensación de este mundo es no saberse situar en un mapa, al menos, durante esos segundos que dura tu monólogo interior: ‘¿dóndecoñoestoy?’.

Como siempre ésta es la mejor sensación, perdido y hallado. Cuando cruzaba la meta del maratón de San Sebastián, por segundos, ignoraba mi paradero. Era tal el cansancio y el esfuerzo realizado que hasta que no caí en los brazos de mi amigo Pedro, era un ser inconsciente perdido en una pista de atletismo.

Tal vez por eso uno busque de forma permanente la sensación de perderse o sentirse perdido. ¿Acaso no hay nada más aburrido que saber siempre donde uno está? Las vidas planificadas, controlas, localizadas, cronometradas, ajustadas a un desayuno, comida, merienda y cena, son como esas cuentas de los rosarios que se pasean estos días por las calles de Andalucía que siempre se sabe dónde empiezan y dónde acaban, ensalzando una y otra vez a la estrella del norte, porque desnortado -es pecado civil- es como uno se puede descubrir.

Alguien que jamás se ha perdido me escribía esta semana. Una carta sincera. 40 años de vida sin cruce de caminos, o con ellos, siempre ignorados. Pero es que al final, el cruce es tu voluntad. Es la decisión de saberte único y capaz, con toda tu energía, de romper ese trazo soso y recto que nos imponen. A mí me pasó. Borracho por todo mi esplendor profesional, amasaba la amargura de la infelicidad. Y ante la elección de seguir recto, pensé que lo mejor era encontrarse perdido y no saber si elegir entre una u otra dirección, casi a diario. Hoy sé que aquella fue la mejor decisión de mi vida.

Por eso sufro -cada vez menos- por esas gentes que se creen perdidas pero que en realidad se hayan sumidas en un marasmo lineal en el que han colocado sus vidas. Y es que en la masa uno se encuentra a gusto. Te metes o te meten en ella y te dejas arrastrar por la corriente. No hay encrucijadas, ni cruces de caminos. Aquí el lema es muy sencillo: no pienses; no preguntes, sigue recto.

Y sin embargo, hay solución. Cada día esbozo mi plegaria: ellos se ríen de mí porque soy diferente; pero yo me río de ellos porque son iguales.

Déjate llevar por la encrucijada y que nunca puedan juzgarte por ser como los demás quieren que seas. Eres un ser único e irrepetible.

Aún noto ese placer de sentirme perdido por las calles y parques de Londres.

Cruce de caminos

Una y otra vez, esas rayas no dejan de subyugar la mirada del caminante. Caminante que busca salidas sin carril de deceleración para una dirección obligatoria. Y llega el cruce. La hora de elegir. Si es que hay opción.

La cruz… gamada, cristiana o de Caravaca. Tres cruces en el calvario. Mari Cruz desnuda y yo, crucificado, grito: ¡Padre! ¿por qué me has abandonado?

Uno, dos, tres… clavos, cuentas, paradas, estaciones o galones. Sangran mis manos, mi costado y la Cruz Roja acude en mi auxilio. Pero no era yo el agónico, sino el caminante. ¿Vidas paralelas o un cruce inesperado de papeles?

¿Cara o cruz? Elijo, pero perdí frente a él. Me imprimió su esvástica en la niña de mis ojos, mientras me dejaba su número tatuado en el antebrazo. ¿Cuento? ¿Para qué? Aunque llegue a cien perderé… y el caminante se cruzará, otra vez, en mi camino.

Por eso, sich ins Unvermeidliche schicken.

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