Los calzoncillos de ceniciento

Los canzoncillos de ceniciento by vagamundos TAGS:

Diario IDEAL, 1 agosto 2012

No es por ser mal pensando pero desde luego uno no puede ir dejando pistas por todas las camas que frecuenta. Te pillan rápido. O desde luego te pueden sacar un rosario de errores que te hagan ser merecedor del premio al espía más imbécil del siglo por mucho que el MI6 o el Mosad quieran ficharte.

Este es el caso de Agapito, un agente secreto más cercano a Mortadelo que se confunde con Filemón por su alopecia cabalgante que le hace mostrar un frontispicio digno del mejor encerado que se viera en aquellos años de colegios de tiza de yeso que abrasaba las puntas de los dedos.

Agapito seduce con un nombre que lo deja en evidencia. No puede decir Bond, James Bond. ¡García, soy Agapito García! agente secreto adscrito al CESID, o sea, los servicios secretos españoles, tal vez los más malos del universo, por su escasos presupuestos y porque no se les ocurre nada más y nada menos que contratar con nombre real un verdadero hombre con un nombre que no pasa desapercibido para nadie.

Agapito García se aplica bien en su trabajo. Acude cada día a su centro de trabajo, en la carretera que pasa junto al Valle de los Caídos. Supera la barrera, previa su identificación, y es gris, gris, gris, como esas tardes oscuras de noviembre. Tal vez Agapito disfrute con su trabajo, igualmente gris, pero no es lo que más le pone.

A él en realidad lo que le pone es cuando cae la noche, sale a la caza y captura de jóvenes y menos jóvenes mujeres con buenas tarjetes VISA y cuerpos susceptibles de ser pasados por su ‘taladradora’ como él llama a su arma más personal. Aquí deja sus tonos grisáceos para sacar lo mejor de él. Pese a ese frontispicio, ha logrado que le fabriquen una peluca en el mejor estudio de Los Angeles. Gracias a sus amigos en la CIA, puede incluso, gozar de una máscara de látex que le permite cambiar las facciones de su cara. Sólo con la peluca ya no es Agapito García. Ahora, en la noche, es Toni Masó, un cazatalentos que revolotea, sobre todo, por el Casino de Torrelodones. Allí escoge a sus víctimas, las seduce, las invita, las agasaja y si llegado el caso, superan el perfil, las pasa por su ‘taladradora’.

El siempre cumple con su liturgia. Usa varios pisos francos en diferentes localizaciones de la zona norte de Madrid y su sierra. Las prefiere rubias, pero no descarta morenas. Excluye pelirrojas. Siempre altas y a ser posible subidas en peligrosos y vertiginosos tacones. Las investiga con preguntas inusuales y cuando las víctimas están casi entregadas en una de las primeras fases, lograr averiguar qué ropa interior gastan. Por supuesto busca tangas y ligueros. Sus paso son firmes, planificados, estudiados. Nunca falla. Toni Masó es así. Un ‘killer’ en toda  regla. Chica elegida, escogida, estudiada, y que supera todas las pruebas, es digna merecedora de una noche inolvidable. Sábanas de seda, cava de la mejor añada, hielos… hasta helados o chocolate para ellas. Es fundamental que no falte el azúcar. El se aplica en la tarea como un actor de serie X. Y luego, cumplido el ritual, desenfunda su taladradora que esconde como una gran sorpresa que se ve reflejada en la cara de sus elegidas. ‘Nunca me imaginé que fuera tan grande’ confesó la última rubia que vino a probar sus sábanas de seda en un apartamento situado en la estación de Chamartín.

Suena el teléfono. Son las 11 de la mañana. ¿Agapito García? preguntan al otro lado del teléfono. ‘Soy el teniente Gerardo Ochoa. No te muevas de tu casa. Una patrulla te vigila desde hace semanas’. Suben a detenerlo. El noticiario de Antena 3 abre con su detención. Parece que Agapito no volverá a pasarse por su ‘taladradora’ a ninguna chica más. Se olvidó sus calzoncillos en la última noche inolvidable. Once balas eran demasiadas para no saber ya definitivamente a quién pertenecía el arma. Ellas jamás presentaban signos de violencia o de relaciones sexuales. En ropa interior, siempre con tacones, tanga y ligeros eran ejecutadas a quemarropa sobre la cama. Era la firma de su taladradora. Esta vez el ceniciento descuidó su pulcritud. Sus calzoncillos. El reloj de la habitación iba adelantado una hora. Se precipitó y eso fue definitivo.

PA: Nunca olvides tus calzoncillos. Siempre podrán ser usados en tu contra. Ya no es necesario guardar vestidos manchados. Unos simples calzoncillos dicen demasiado de su usuario/portador.