Me quedan sólo 20 años

 

Diario IDEAL, 20 febrero 2013

Hoy (por ayer) cumplo 44 años. Qué número tan bonito. Ahora oigo, en homenaje a tan ‘magno’ acontecimiento un álbum: ‘Tunnel of love’ de Bruce Sprinsteen. Será la melancolía o simplemente, buena música para una mañana de martes lluviosa, tristona… así es febrero. Y hoy, el día que mi calendario marca que he superado a Jesucristo ya en 11 años, tengo la sensación de estar en el meridiano de mi vida. Llevo trabajando desde los 20, o sea, sumo ya 24 y quiero jubilarme con 64, es decir, un total de 44 años, justo lo que he vivido hasta este preciso instante. Por tanto, desde hoy, mi reloj laboral va hacia atrás. Me da igual la legislación, pensiones, sindicatos y demás futuribles. Creo que tras 44 años de servicio a este puto país, me puedo dedicar a vivir otra vida, la que yo ya he escogido, con tranquilidad. Mi playa, mis libros, mis lecturas, mi barco y esa vuelta al mundo que haré/daré, solo o en compañía. Pero como he dicho mil y una vez, a mí me han de pillar con las botas puestas, me da igual que cabalgando a lomos de una Harley, tirando de algún cabo en mi doce metros o arrancándome un vial en el hospital. Y estoy firmemente convencido, de que lo haré, como también he elegido la banda sonora de mi funeral.

Como que he llegado hasta aquí con decisión, arrojo, suerte, trabajo, alegrías, sombras… Me perdí con muy pocos años a la salida de misa en la catedral de Granada y me recogió un vendedor ambulante de globos. 1972. Metí las agujas de hacer punto en un enchufe y recorrí varios metros del latigazo. Vivía en Torredonjimeno. Me colé por un hueco de sacos de garbanzos y apunto estuve de asfixiarme. Era Peal de Becerro. Disparé a mi hermano Cisqui un plomazo que casi le arranco un pezón. Creía que no le daría y le dí. Era Motril. Me enamoré de Katia, Maite, Maripili. Llegué a tener 14 años. Me hicieron un cartel de vitorino porque mi ligue me la pegó con otro de clase en un viaje. Era 2º de BUP. Llegó la primera Nochevieja de salidas. Estaba en COU. 91/92. La universidad, y Pamplona, y aquella profesora de acordeón que tenía un hermano de HB. Y los conciertos de U2 y Dire Straits.

Acabé Derecho y ejercí de abogado. 1993. Mis primeras 40.000 pesetas de Canena. Aquel desvirgador juicio de faltas. Me compré mi CBR600 -qué moto- e incluso un piso, varios coches, pasé por el altar y ayudé a nacer a mis dos hijos -el lobo sigue siendo fiel a sus principios. Este territorio siempre fue mío-. Me cambié de casa varias veces. Jaén, Almería, Madrid. 2009. Dirigí una empresa, conocí territorios antes nunca vistos y me coloqué la toga cientos de veces en juzgados del norte, sur, este y oeste. Cambié tanto -o me cambiaron- que acabé cerca de la frontera de Francia. Bajé a los infiernos. Me pusieron una pistola en la sien en las calles de Lisboa y pensé que mi vida acabaría aquel verano de 2005. Recogí velamen y partí de cero. Y comprendí que, desde ese momento, mi vida sería la que yo decidiera. Otra vez. Llegaron los retos, las aventuras, los viajes, los aciertos, los desaciertos, la literatura, los proyectos, Internet, noticias, eventos, gente, aceite, deporte… vida.

He pasado por Atenas, Carmarthem, El Djem, Timanfaya, Berlín, Nueva York, San Pedro Sula, Amsterdam, Viena o Mikonos. Tres continentes. París, Zurich, Varsovia, Londres o Tegucigalpa. Capitales. No me cansaré de hacerlo una y otra vez. La semana que viene serán Brujas, Gante, Amberes… En mayo, Hong Kong, pasando por Dubái. Decidí correr y tal vez haya encontrado a las mejores personas que he conocido en mi vida (hasta ahora). He subido a más de 2.200 metros de altura sólo con mis zapatillas y me he sentido imbatible. Tengo libros escritos, poemas, historias, columnas… He dado clase, conferencias, charlas… He montado empresas y en 2010, durante casi seis meses, nadie me llamó. 180 días de silencio casi absoluto. La sombra alargada.

Hoy, con 44, sé que no iré más allá de los 64 en esto de producir. Por eso quiero seguir fotografiando lo que me pase. Colgaré el ‘se acabó’ para empezar, una vez más, de cero. Quiero seguir acumulando, como un Diógenes emocional, experiencias, kilómetros, amigos, lugares, historias, libros porque sé que, cuando llegue la hora, pararé el mundo, me bajaré y arrancaré de nuevo. Una vez más, libre siempre. Queda escrito y me pongo este reto, desde ahora, contigo querido lector de testigo, que así será. Y espero contártelo. Porque el hombre que no tiene nada que contar, es como un libro en blanco, un banco del parque virgen o unas vías del tren por el jamás pasó máquina alguna.

Apenas he vivido todo lo que quiero vivir. Pero lo que he vivido, en una gran parte, lo he vivido como yo he querido que así sea. Por eso hoy estoy feliz y orgulloso de esta cifra. No todos los días se cumplen 44 años, pero esta cifra, 44, será la que ya sea toda una referencia para lo que me queda de vida. Nunca pensé que mirando a Katia aquel verano salobreñero, hoy ya sería mayor que sus padres. Y sin embargo, me acuerdo de su pelo, de sus ojos… De esto, por mucho tiempo que pase, nunca me olvidaré. Ni en 444 años…