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2013No borrar
Diario IDEAL, 22 agosto 2013
Todos estaba reunidos frente a la única tele de la casa. Son cuatro miembros y por derecho les corresponde una televisión. Sus dos hijos ya han cumplido dieciocho años y por tanto puede disfrutar de un aparato en su apartamento. El resto de vecinos deben salir al rellano de las destartaladas escaleras del bloque para ver el único canal por el que el Gran Líder se dirige durante horas a su pueblo. Así son sus herederos: egocéntricos exterminadores de sociedades completas para la exaltación de la hoz y el martillo. Con las hoces seccionan los cuellos; y con los martillos destruyen cráneos. Sin embargo, hoy todos están llamados a comparecer frente al televisor para que, tras oír La Internacional, comparezca el Gran Líder, y se dirija a su pueblo y anunciarles el gran avance tecnológico de su país.
Los nervios están a flor de piel. Cada familia debe informar de que a la hora citada están donde deben estar sino, la hoz y el martillo realizarán su trabajo. Es lo bueno del socialismo real. Si fallas, mueres. Así se evita el absentismo laboral, se fomenta la adoración al jefe supremo y la reverencia al partido es la droga más usada, como esa especie de gusano que repta por las camas y que se incrusta en los cerebros de sus súbditos para, poco a poco, anidar los huevos del pensamiento único.
Esta generación no conoce aún la obra del ‘Presidente eterno’. Pero los más viejos del lugar sí que recuerdan los tiempos del abuelo y del padre del Gran Líder y su trabajo con la hoz y el martillo. La hoz secciona escrotos y el martillo explota hímenes para el control de la prole en la sociedad perfecta. No hay ‘soma’ pero hay Partido.
Comienzan los primeros acordes de la Internacional que servirá de preámbulo para los sones del himno nacional, y un fundido de banderas que recordarán a todos los televidentes que el país es fruto de la herencia de tres líderes que han sumido a su pueblo en la más felices de las felicidades posibles. Así es el Partido de los Trabajadores. Así es el socialismo real: creadores de mundos felices, cerebros vacíos y cementerios repletos.
Las letras del nombre del ‘cargo más alto del Estado’ salen impresas en la pantalla. Los cuatro miembros de la familia, todos vestidos iguales, lloran de emoción. Mientras llaman a la puerta. Un soldado enviado del Gran Líder hace un saludo y entrega al hijo mayor un paquete. El soldado afirma:
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