Recorre el agua, ahora, la senda natural de mi cuerpo.

Al anochecer, lentamente, siempre, se desliza por todas y cada una de mis palabras adornándolas de un naranja roín.

Esquilma movimientos; llena vacíos artificiales y deforma, con su contacto, la leve suavidad de tu celofán femenino manchándote de recuerdos metálicos, enlatados, arrobinados.

Ahora que te miras las manos, sabes que yo no hice más que dejar que el agua corriera entre los dos, siempre.

Ahora que te sabes manchada, buscas aceite para despegarme el óxido de entre mis dedos.

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