Algo que no llega

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Diario IDEAL, 29 mayo 2013

Paulo Coelho en su ‘El alquimista’ nos dice que si deseamos algo con mucha intensidad, el Universo conspirará para que dicho deseo se realice. En fin, una metáfora literaria más porque yo llevo más de no sé cuantísimos días deseando con todas mis ganas que llegue de una vez el calor, y el Universo, desde arriba, me hace, cada día, una peineta de ésas que gastaba ‘la Faraona’ arremangándose el traje de volantes mientras ‘El Pescailla’ le miraba el culo apretao.

Y es que tengo ganas de ver culos apretaos. Hombros desnudos y piernas bronceadas que subidas en discretos o vertiginosos tacones, nos alegran el caminar urbano cuando llega el veranito. Las terrazas se preñan de gráciles y bellas criaturas que, tras sus gafas de sol, atisban una tez con ganas de pillar el acariciar del sol, mientras se aplican brillo en sus carnosos labios, deseando ser mordidos por un descuidado ciudadano que choca contra esa farola por estar más pendiente del escote de la criatura, que de su caminar.

Añoro intensamente ese olor a jazmín que deja una de las miles de anónimas con las que nos cruzamos por una acera atestada de gentes que, de repente, hace que te quedes sin sentido, parado, bloqueado por aquellos pezones que llenaban el aire con ese mismo aroma. Y vuelves a chocar contra la farola.

Detenido en un paso de peatones, junto a ti, de nuevo, otras desconocida agita su inmensa melena, embriagándote con esa mezcla de matices que desprende un húmedo deseo y una realidad que se erige ante ti sin más cavilaciones que la pérdida del sentido al querer penetrar en nuevas y sugerentes estancias, derribando puertas, atravesando túneles y descarriando entre níveas curvas que se asemejan a las líneas de su espalda, dibujadas por la cálida brisa que agita, como una enorme bandera pirata, su delicada blusa de seda blanca. Inclinas sobre ella tu mirada, y descubres los erizados segundos que puede durar un ligero soplo entre sus delicados pechos. Se te eriza la piel. Como a ella, al mezclar el cálido deseo con el gélido soplido que congela un beso depositado entre ese canal de Suez. Y te imaginas con ella, como un perfecto amante inglés, buscando, bautizando y desembarcando en su Bósforo de Almasy. Se abre el semáforo y ella arranca. Camina. Sin embargo, ahora, el sol ha derretido las suelas de tus zapatos. Ya no te puedes mover. Sólo puedes seguir con tu mirada el cimbreante movimiento de su cintura, sujeta por una montura en forma de falda de tubo que, por encima de la rodilla, te describe una parábola hasta esas suelas rojas. Son unos ‘louboutines’, aseveras en tu interior. Pero ella jamás se dará la vuelta y tú tendrás que esperar, otra vez, a que el semáforo se ponga verde ‘para los peatones’ e intentar, a paso acelerado, seguirla, sólo por el placer de seguirla, de olerla y de hasta imaginarla entre tus brazos, porque