Alianza

María jamás se olvidaba de recordar a Dulcenombre, cada mañana,la merienda que Carlos y Pericles debían llevar para podersobrellevar, sin estragos, el ritmo adocenado de la jornada escolar,preñada con mensajes antibelicistas de profesores quepresumían, como señoritas de ciudad, de progresíacapitalista.

Paco,reacio a tener reuniones con aquellos “enseñantes” deteoría cuánticas vacías de números,vomitaba angustia cuando éstos se jactaban de mostrar a losniños que, la filosofía, se podía tocar. ¿Cómo?Trayendo, por ejemplo, una prostituta a la clase; -dejaron a susalumnos que les tocaran los pechos- se reía. Ellos, losperfectos “adoctrinadores”, indicaban que era la mejor forma deenseñar qué es lo empírico. Las quejas sonorasde los padres invisibles en las vidas de los pupilos se encargaron deelevar aquella lección casi a niveles de cuestión deEstado .

Paco nopudo tocar aquellos pechos. Sin embargo, en la reunión de lostitulares de la patria potestad, disfrutaba con la falsa moral de esos“perfectos” papás con pelos cortados a navaja y corbatasde colorines. Ellos, lo que más pechos de pago consumíangracias al oro cosido en las bandas magnéticas de las tarjetasque rellenaban sus carteras, ponían el grito en lo másalto del triángulo trinitario del cielo rasgado de la ciudad, pensando que sus hijos habían disfrutado, tanto como ellos, alrozar los duros pezones de Alianza.

– Asíse llamaba la chica. La empírica representación delplacer. ¡Mercenarios!- carraspea mirando a la encrucijadaurbana que nace cada mañana bajo sus pies.

Carlos selo comentó a Paco: “Hoy teníamos clase de Filosofíasocial y dentro del apartado de “Adaptación al medio” lehe tocado los pechos a una chica. El Sr. Atienza nos la presentó.Intervino durante más de viente minutos para explicarnos elorigen del empirismo. Cuando acabó él la mirórealizando un sube y baja con sus párpados a la vez que movíasu cabeza en una señal de ¿lista? Entonces ella se bajóel casquete rojo de su sujetador. Todos, uno a uno, fuimosacariciando sus pezones. Mira, su tarjeta”. Esa frase se la dijouna noche, sin anestesia, al calor de la tortilla reciénliada.

Paco sealeja por un instante del frío de la mañana. Seruboriza, primero; después abre el armario de sus carcajadas.

Pericles,entusiasmado con la fotografia que estaba viendo en la tarjeta, lepidió, casi mendigando, la oportunidad de poder gozar deaquellos relucientes pechos.

Maríajamás imaginó, porque su imaginación estaballena de momentos vacíos, que Paco hiciera todo lo posiblepor concertar una cita en el lugar habitual donde trabajaba Alianza.

Una tardede verano, quizá de finales de junio, Paco descolocado,desfigurado, descentrado, desternillado de risa al ver su propioreflejo en el río de sus miserias, llevó a Carlos y aPericles a tocar aquellos pezones filosóficos. Recordabanhermosos, redondos y oscuros, a esos timbres que se colocaban a mediaaltura en los laterales de las enormes puertas de las casas, ahoraabandonadas, de su pueblo. A esos timbres, de niño, eracomplicado llegar. Esa tarde bien que llegaron los dos infantes.Tarde memorable. Tarde censurable. Trío de ases perdidos yencerrados entre los pechos de Alianza. Paco se vengaba de la sesiónde moral social que recibió en la tarde en que todos losocupados dejaron sus agendas anuales vacías por una hora.

Regresarona casa en taxi. El conductor no cesaba de contemplar con el rabillode su mirada ácida a Paco y los niños. El lugar derecogida era muy inadecuado para esos pasajeros. Paco ya no sentíaobligación de dar explicación alguna. Estaba cansado deexplicar lo inexplicable, de contar lo incontable, de perdonar loimperdonable.

– Son 18euros- dijo el maquinista.

María,ocupada, ordenada como siempre, ni tan siquiera recopiló losdatos suficientes para saber que sus hijos habían estadoaquella tarde calurosa en la casa adulterada por el dinero. Con lascamisas verdes, decía Paco a los aprendices derealidad, se consigue que Alianza deje, todas las veces que seaneconómicamente viables, sonar sus timbres. Concierto paradiagramas picudos sujetos a índices basculantes.