Billete sin retorno

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Diario IDEAL, 13 julio 2011

El caso es que mirando ahora las muescas que he dejado en la pared, me temo que se me ha pasado la fecha. Despistado como ando, mi billete, era de ocho días. Y tengo la extraña sensación de que esos ocho días han pasado volando y tal vez, creo, no tenga opción de poder subirme al avión.

Mi mujer seguro que sabe la fecha exacta. Ella nunca se equivoca. Al revés, lleva la contabilidad de la casa y por supuesto, las fechas de los viajes, anotados en una libretita azul muy de esta zona del país. Aquí las mujeres siempre han llevado las cuentas. Y si le doy opción, me lleva las de la empresa. Pero no tengo intención dejarla al frente de las finanzas de la compañía. Saldrían a la luz numerosas facturas que son de difícil justificación y seguro que me iría preguntado por ahí qué es esto o aquello. No tengo ganas de complicarme la vida, aunque visto lo visto, lo mismo, sin haberlo deseado, el que se la ha complicado, he sido yo solito.

Hace unos días llegaba a un pueblo y ni corto ni perezoso decidí a otro sin saber exactamente el camino. No recuerdo ni sus nombres. No es que sea olvidadizo pero seguro que ha sido ese ‘croc’ seco que oí hace ya no sé cuántas horas, el que me ha dejado la memoria afectada. ¿O es el frío? No estoy seguro. Dudo otra vez. Siempre la eterna duda. Y ahora pienso en ese billete y en las noches de hotel apalabradas con la mayorista de la capital y resulta que se me va a pasar el tiempo. Tiempo sin tiempo es lo que buscaba cuando pulsé aquel ‘aceptar’. Ella, mi mujer, Adele, lo celebró con alegría, ¡Por fin vamos a España! dijo dando saltos de alegría. Yo no es que estuviera muy contento porque ellos nos ganaron el Mundial el año pasado, pero después de casi cinco años sin ir por allí, decidimos que, además al sur, era la mejor opción para poder tomar el sol y hacer algo de senderismo.

Pero no se me ocurrió mirar la guía. Ni el ‘wikiloc’; ni las miles de rutas que hacen esos fanáticos del trial running que se conocen todo los jodidos rincones de esta sierra. ¿Fanáticos? ¡Una banda de frikis! Uf me temo que la hierba que recogí anoche se me está subiendo. Llevo tantos días como rayas dibujadas en la pared sólo comiendo yerba y bebiendo agua de esta poza. Aquí perdido. Dejado de la mano de Dios en algún lugar de la sierra malagueña esperando que alguien oiga mis gritos, mis lamentos, mis quejidos.

Van un total de diecisiete rayas. Diecisiete muscas en la pared. Como aquellos hombres del lejano oeste que marcaban las culatas de sus armas, Una raya, un muerto. Muerto en duelo.

Cuando aquella tarde creí que perdía definitivamente el sentido a todo lo vivido hasta entonces, al colocar una raya más en las paredes de la poza en la que había caído, oí las voces que me sacaron de mis monólogos interiores. El billete de mi avión era de ida y vuelta con una estancia de siete días. Transcurrieron, entonces, dieciocho.

Es, ahora que lo pienso, como una mayoría de edad que supone que jamás volveré a salir a la montaña solo y sin saber dónde voy.

Segundo mini relato de verano.

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