Casi huérfano

Casi huérfano by vagamundos fernando r. ortega diario ideal TAGS:

Diario IDEAL 16 noviembre 2011

Desde la semana pasada un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Casi llego a sentir que me quedo huérfano. O casi lo estoy. No es una metáfora vital ni tiene nada que ver con que mis progenitores estén en esta vida, o en la otra -que no la hay-. Lo cierto es que he dejado de escribir. De escribir como lo hacía antes.

Me ha abducido una poderosa fuerza tecnológica que me ha hecho desprenderme del sano tiempo dedicado a leer en papel; he pasado a devorar frasecitas en no más de 140 caracteres que lo único que hacen es atascarme el cerebro, de tal suerte que, al acostarme, el ‘efecto lavadora’ ya no es puntual sino perpetuo.

Me siento huérfano. Ya no me acompaña aquel duende, o ‘duenda’, llamada Calíope que me susurraba al oído mientras me hacía el dormido y conseguía que mi mente buceara en extrañas historias que, una tras otra, podrían dar lugar al nacimiento de un libro. Ya ni leo, ni escribo. Ni leo libros, ni escribo historias. RIP.

Sólo leo superficialidades y escribo casi las mismas superficiales clonadas, embarcado en no sé que demoledora-turbodiesel-deglutinadora de tiempo, ideas, energía, proyectos…

Desde que dejé de escribir -a diario- y me preocupé de ganarme el pan con el sudor de mi mente, ésta ha debido de entrar en modo ‘off’, provocando que todos aquellos amigos que hice por el camino de la Literatura, hayan seguido trazado trayectorias brillantísimas. Sin embargo, a mi, me ha atrapado una Red global, que me hace sentirme de forma permanente embarcado en esa cóncava nave que no sé donde me llevará. A Odiseo lo esperaba Penélope. Pero a mí ¿quién me espera? ¿o qué me espera? HSE.

Ando estos días muy huérfano. Se está o no se está. Pero yo me siento muy huérfano. Algo así como un estado, en estado superlativo, porque, divorciado y expulsado del reino de mi musa, el universo intangible en el que dibujaba nombres y hasta olores, se ha vuelto una pantalla, cada vez más pequeña.

Desde mi orfandad, ahora busco a aquella chica que bailaba con los pies descalzos, o esa hilera de mujeres desnudas que venían a pedirme un autógrafo, o la asesina que tras descerrajar a su amante, se excitaba con aquel baño de sangre. El universo preñado con el Chanel de Marilyn, o las cejas pobladas de una Winslet que se descubre su pubis antes su lector particular, han perdido profundidad. Se han vuelto planas como las pantallas. Ya no imagino a Pamela sumerigida en una bañera de aceite, sugiriéndome que aproveche su estado de lubricación.

Ahora luzco un luto de imaginería de paso de Semana Santa, donde por muchas plegarias, el dolor del suplicio de las imágenes llevadas sobre el sacrificio de sus costaleros, nunca desaparece. Ni clavos, ni sangre, ni cuchillos que atraviesan sagrados corazones.

Y créeme que no sé dónde está la solución. O no hay solución. Tiempos grises para una mente gris. Espronceda me coloca su pistola en la sién. Como grises son los vientos neonapoleóicos que nos invaden, escondidos tras culos mantecosos que son observados por señores que se injertan pelo porque a falta de pene, bueno es lucir bello.

Hoy me siento hijo de Manolete, de Ignacio Sánchez Mejías. Huérfano de padre. Y como Alberto de Mónaco, huérfano de madre, hallada cadaver tras despeñar su coche por un acantilado en una noche de casino y gintonics. El luto embarga mi alma. Y pido perdón por mis pecados. Por mis excesos. Por mis desmedidos deseos de que ella venga, una vez más, y coloque sus labios sobre los míos. No por mucho desear, amanece más temprano.

Por eso he olvidado a qué sabe la curva que dibuja la distancia que separa sus rodillas.