Chapa y pintura

Aquel taller olía a rancio lugar de encuentros furtivos. La grasa, el aceite, los viejos motores diésel le daban un toque destartalado a la vez que romántico. Tres monos azules desgastados, roídos por el tiempo, colgaban de tres trozos de tubo de escape lanzaguisantes cromados nacidos en la pared más negra del local. El serrín ponía la nota de color entre tanta espesura negroide.

Sin embargo, contaba la leyenda de aquel pueblo, que en el taller se realizaban las mejores reparaciones de chapa y pintura del mundo. Decidí ir para averiguar si el cuento urbano era o no realidad.

La historia, sobre la veracidad de esa roadmovie,  tendrá que venir en otro momento, que ahora no existe, ya que todavía me recupero, meses después, de la mano (de chapa y pintura) que me metió la reparadora de chasis.

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