Cuando se es sólo un hombre sentado en una escalera de madera

Esa mañana aún no se ha afeitado. Las gotas, las más grandes, redondas y "boludas", se les quedan como burbujas prendidas en las púas negras que su rostro muestra, cansado, impermeable. Nace de nuevo el hielo en su cuerpo.

Sentado en las tablas de aquella escalera confeccionada con retazos de "palets" reforzados, traídos expresamente de un puerto sudafricano, también sentía frío. Hielo incrustado en madera. El tacto de la madera era cálido. Y Paco, congelándose sobre los restos de un desastre africano.

¿No subes conmigo a la habitación?

Era lo último que Paco recuerda haber hablado con María en aquellos meses que olían a estertores de lo común. El resto de las conversaciones, en la ventana, habían desaparecido. En su recuerdo se proyectan dos sombras, mudas como los actores de aquellas películas que inauguraron la era de los pases de las cinco de la tarde en las sábanas de los cines.