Des… metrada

Cuando subo al metro tengo la extraña sensanción de que navego entre turbulentas corrientes de aire. Nadie parece reparar en ello. Sin embargo, el que más se fija en mí, es el cieguito de la esquina de la parada de Milpies. Parece que no ve, pero mira.

Días atrás me dijo: Puedo acompañarte. Sé que pasas a diario por aquí.

No pude resistir aquella invitación. Guiar al cieguito por las entrañas de la ciudad, era una buena obra y además me permitía poner mi conciencia a cero. Y es que nosotras somos así. Algunas despistadas, otras descalzadas y la que más, o sea yo, des…metrada.

Siempre, incluso con el cieguito de mi brazo, aproveché para descansar en el vagón con dirección a Unpie. Aquel cieguito hizo que mi viaje, gracias a su tacto, fuera un verdadero viaje. Desde entonces no puedo evitar pensar en él y des… metrarme.