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2011Descubriendo la montaña
Diario IDEAL, 25 octubre 2011
Si la materia cambia, ¡por qué no ha de cambiar el hombre?’ Esta pregunta-reflexión se la leí un día a Eduardo Punset al referirse a si un hombre puede, por ejemplo, cambiar de ideología a lo largo de sus años de vida. ¡Desde luego! Y a continuación añadía la frase inicial. Estoy plenamente de acuerdo con él. Por eso en los tiempos que corren me siento hastiado -y apenado- al ver y oír a gentes ancladas en posiciones ideológicas, económicas, culturales o religiosas de las que es imposible moverlos con argumentos de pura lógica, por esa hipoteca que cae sobre sus mentes de forma tan pesada y limitadora. Ese hastío, y pena a la vez, se me vuelve incomprensible al ver a jóvenes cayendo en semejante trampa llegando incluso a usarse como adjetivo calificativo (de uno mismo) una identificación política y partidaria. Sencillamente es de una ruina intelectual que deja sin el más mínimo de los ánimos al que ahora escribe esto.
Por eso, desde que leí esa frase tan brillante, muchas de mis anteriores formas de entender algunas cuestiones personales, políticas, económicas, culturales, de ocio o deportivas que han cambiando, encontraron fundamento racional. Digamos que re-evolucionando; es decir, siempre en constante cambio. No llego a ser un hombre veleta, pero desde luego me hallo en una posición mucho más abierta que hace años, gracias a que asumo que nada es blanco o negro, o como lo dice el líder de la manada al que todos les deben una honra reverencial y genuflexa, perdiendo la esencia de nuestra identidad individual frente al poder de la masa o el colectivo. El cambio es algo tan sano que, racionalizado, nos arroja luz y sabiduría a la hora de acometer nuevos retos vitales.
Este devenir filosófico que en realidad guarda una manifiesta crítica a la paupérrima situación de análisis que sufre la sociedad española, abducida por sesiones de ‘futbolerismo’ radiotelevisado, griterío colectivo o descalificaciones viles servidas en platós en ‘prime time’, me sirve de argumento para reconocer que he descubierto el poder atractivo de la montaña. Yo que siempre decía aquello de que ‘el verde me estresa’ he encontrado en los filos de los dientes de sierra que ofrece, por ejemplo, la sierra norte de Madrid, un remanso de paz y equilibrio espiritual que me ha hecho encontrar una parte de mí que no sabía que existía.
Desde que practico el trialrunning, me he colocado en situaciones hasta ahora nunca vividas y creo haber salido más reforzado de ellas. Mi amigo Pedro Alvarez me ha descubierto un mundo que ya me apuntó en algunas sesiones por los cerros de Santa Catalina, la campeonísima Noe Camacho. Asumo con orgullo que estaba en un manifiesto error de partida al sentir una atracción casi orgásmica por el asfalto y el olor a tubo de escape.
Este domingo cuando en el pico de ‘Las Tres provincias’ en Somosierra, con un viento helado de costado, una niebla intensísima y regado en sudor, intentaba mantener mi posición vertical venía a mi mente el poder de seducción que siente el ser humano por la superación, el reto, el sacrificio, provocando que gritara entre extenuado, feliz y endorfínico. Al acabar la carrera, al llegar a la meta, no dudaba en abrazar a mis amigos Pedro y Alberto. Era su bautizo en las carreras de alta montaña y era, una más, mi más sentido homenaje a mis anteriores y equivocadas visiones de la montaña.
Cada vez que subo a una de ellas, ahora sólo descubro -y disfruto- la inmensa sensación de felicidad y libertad que supone reconocer lo que equivocado que estaba.
Desde luego que la materia cambia.
Desde luego que yo cambio
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