Desde Honduras con amor (II)

Diario IDEAL, 20 octubre 2011

‘Si tomas, no manejes’ es lo que dice la versión catracha -los hondureños son catrachos- del eslogan, ‘si bebes, no conduzcas’. Aquí si no has bebido ya eres un valiente al manejar un carro entre semejante despelote callejero del tráfico rodado que se extiende a sus, muy mejorables, carreteras. Estas se hayan preñadas de camiones y buses gringos, chiringuitos de venta de fruta, artesanía, ciclistas, motos y toda clase de vehículos, personas y cosas. Así este país, que se debate en su afán por dejar atrás su retraso e incorporarse, como lo están haciendo algunas de sus poblaciones, a vivir al más puro estilo consumista aunque ello suponga un serio riesgo para salud de sus habitantes que, por descontado, abusan de las grasa, ya sea manteca de cerdo, mantequilla, aceite de palma, soja o girasol, pero disfrutan de una naturaleza que les regala de todo.

Honduras es un país emergente y eso se nota. Sus calles abarrotadas, cientos de pequeños establecimientos donde se vende de todo, las llanteras -donde te arreglas las ruedas-, iglesias, bares, restaurantes, farmacias, y todo lo que te puedas imaginas florece en cada uno de los locales de los bajos de las casas. El salario mínimo para un trabajador asciende a los 300 euros -libres de impuestos- y si quieres montar una empresa con esos mismos 300 euros, en apenas dos semanas, tienes una sociedad de responsabilidad limitada a pleno rendimiento. Por eso con 1000 euros al mes puedes tener una ofi, tu casa y dos empleados para funcionar y hacer negocios. No me extraña que mi amigo Lee, cuando habla de Europa, dice que ‘está muerta’ y que hay que tirar para los emergentes. Me lo dice él que es y se va para Ghana este mes de noviembre. El muerto huele fatal.

Estoy con él y con todas las personas que he conocido en este apretadísimo viaje que, a veces, parecía un pasaje de una película de acción. Cuanto más salgo de España más me reafirmo en que hemos entrado en un bucle ruinoso que, nos dicen, puede tardar hasta 20 años en pasar. Más de una generación perdida. Aquí nadie habla de crisis porque cuando eres muy humilde vives con lo que tienes y todo lo que venga es bienvenido, bien mirado, bien valorado, y hasta muy bien apreciado. Todo ello salteado con altísimas dosis de educación, cortesía y reconocimiento. Por eso, insisto, nunca se escribió nada de los cobardes y eso que aquí acojona ver tanta arma larga y corta exhibida por los más de 60.000 vigilantes que hay repartidos por todo el país.

Me reservo el derecho a hablar de este viaje en otra columna donde reflexione sobre su inmensa riqueza natural, su extraordinaria riqueza humana, su profundo orgullo patrio y su interés por fortalecer sus relaciones con los países centroamericanos y vecinos, creando una verdadera unión al estilo UE.

Me voy con la cartera llena. Y las tarjetas fundidas porque aquí los cajeros te las cepillan como si fueran lijas. Meses de trabajo por delante, intensos, muy intensos donde aportando el valor de lo que producimos, y que aporta sobre todo salud, genera desarrollo social económico y cultural en lugares donde no tienen complejos en reconocer que comprar ‘aceite de oliva’ es meterse en el estómago algo refinado y mezclado. El virgen extra es, ahorita, lo mejor. Ese puro jugo de aceituna que tanto bien hace a todo el mundo. Y ellas bien lo saben.

Nadie me ha regateado, nadie ha escatimado un esfuerzo por aprender y atender lo que explicaba, he venido a puerta fría, e incluso me he llevado el honor de ser el primer español que ha venido a una universidad, la UTH, a hablar de nuestro virgen extra, la dieta mediterránea y nuestra cultura del olivo, tan milenaria como aquella batalla que enfrentó a Poseidón contra Palas Atenea.

Se avecinan meses cargados de ilusión y de enormes opciones de progreso. De progreso real.

Estos días ojeaba la prensa de España y me daba mucha pena. Pero el coger una maleta e irse a vender por esas tierras de Dios no es patrimonio de nadie.

Y yo, volveré.