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2012Desde Núremberg con amor
Diario DEAL, 16 mayo 2012
Ya sabes querido lector que cuando me voy por esas tierras infieles me gusta compartir contigo a través de este espacio, mis aventurillas con eso de las lenguas, pies, piernas y hasta costumbres extranjeras que, ahora, tanto nos tienen que aportar. Pese a quien pese, cada vez que salgo de España, más me ratifico en que somos unos cutres y que tenemos lo que nos merecemos. ¡Sálvese la parte! Además -¡tela!- me he ido a Alemania donde vive la ‘coca’ (femenino del coco), que tanto odia la izquierda ilustrada de este país que se permite el lujo de ponerle peros a un país con apenas un 6% de desempleo y una seguridad y calidad de vida en todos sus aspectos que bien vale un millón de aplausos. Dejo para otro día que también fue Alemania -y Suiza- refugio para los hambrientos, sobre todo andaluces, que tuvieron que emigrar. También lo he dicho aquí: Andalucía ha cambiado el yugo y las flechas por el puño y la rosa. Pero este amor por la genuflexión del poder ya es cantar cantado y cansado.
Al llegar a Alemania para vender aceite de oliva virgen extra, he descubierto en el ámbito profesional -el personal bien que me lo conocía-, una seriedad absolutamente increíble. El orden y el concierto es típicamente germano. Nada funciona al azar. Por eso un país tan amante de España como es Alemania, sigue sin comprender qué está pasando en ‘su tierra soñada’. Por supuesto las cifras que ofrecemos son para ellos absolutamente alarmantes: ¿cómo es posible vivir en una región con un paro del 33%? Son cifras inexplicables para un ciudadano que ama el sol de Andalucía. Por supuesto ese amor debe matarlo con realidad ya que no podrá, salvo jubilación, venir a esta tierra prometida porque no hay trabajo.
Un alemán ama la comida española pero va a los ‘súper’ de Núremberg y ni rastro. De los aceites ni hablamos. En un rincón oleoso normalito el 98% es italiano; el resto griego y francés. De España dos botellas y una de ella de Melgarejo (chapó).
Un alemán ama nuestro idioma pero no entiende por qué los españoles no quieren aprender a hablar otros idiomas, viven con sus padres hasta más allá de los 30, o simplemente no llega a entrarle en la mollera que pidan mercancías para algún punto en la geografía germánica y la empresa española o no conteste, o diga que eso es mucho lío. Inaudito.
Así podría seguir desmenuzando todo lo que he visto, oído y compartido en estos días en los que he salido, una vez más, a llevar nuestra imagen, cultura, provincia y oro líquido por el mundo. Y el resultado ha sido inmejorable: agotadas todas las existencias y nuevas cargas oleosas van camino de esta ciudad, la más segura de Alemania y donde hay empresuchas del calibre de Adidas, Puma o Siemens. O sea… menudencias asquerosas y pestosas.
Me gusta viajar y amo mi tierra. Por eso me indigna ver todo lo que está pasando porque con 2 ó 3 millones de personas como yo repartidas por todo el mundo, pondríamos nuestro país en los cuernos de la luna y tal vez, fuéramos envidiados. Pero me temo que eso no lo verán mis ojos. Aquí nos va el casposismo del ombligo, la necedad intelectual o la carga genética del ‘¡que inventen ellos!’ de 1898, todo ello aderezado de envidia, pereza y cainismo. Reitero ¡sálvese la parte!
Francamente señores, uno se siente orgulloso de ser como es y de donde es. Y lo mejor es que hay tanto por hacer que no me cansaré de decir que todo pasa sólo y exclusivamente por nuestras manos. Manos trabajadoras y luchadoras, cargadas de ilusión, libres de subvenciones e hipotecas ideológicas, sociales y económicas. Pero tenemos lo que nos merecemos.
Cada vez que salgo al exterior vengo cargado de fuerza, optimismo y ganas de compartirlo todo con mis hijos: ¡no sabéis lo que hay ahí fuera! Todo un maravilloso mundo por descubrir, gentes que valoraran lo que hacéis, que reconocerán vuestro esfuerzo y que os ofrecerán lo mejor para que, si sois listos, un día podáis jubilaros al sol de España. En un mundo tan global como el que nos ha tocado vivir, ahora debe ser así. Pero siempre sin perder de vista que hay que trabajar muy duro desde bien temprano cada día. Nadie os regalará nada. Y formarse. Y trabajar. Y ser educado. Y trabajar. Y ser honrado. Y trabajar. Y luchar por vuestra libertad. Y trabajar. Y honrar a los que os respetan. Y trabajar. Y que jamás nunca os miren a la cara y os digan que habéis faltado al respeto, a la palabra dada, al compromiso. Y a trabajar.
Me gustaría que un día ellos pudieran dirigir con tanto entusiasmo sus vidas, tal vez al modo alemán -de los que tanto tenemos que aprender-, en su tierra. Es tan legítimo como el que sólo ama el obedecer al sistema.
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