Desde Polonia con amor (II)

Diario IDEAL, 16 febrero 2011

¿Qué hago aquí? Sería una buena pregunta para dar respuesta al conjunto aleatorio de circunstancias irrelevantes que, unidas a un toque de intuición, he sumado y conjugado para pillarme la maleta y trasponer a más de 3000 kilómetros distancia de nuestra placentera patria, anclada ya de forma descarada en el espíritu de 1898. No, no me he equivocado de año. Por eso, ahora, con maleta sin guita, percibo que aquí, en tierras polacas, quieren trabajar, prosperar y los jóvenes -¡bendita ilusión!- no se preguntan qué puede hacer el país por ellos, sino qué pueden hacer ellos por su país. Más o menos igual que en tierras hispánicas, donde ser un empleado público es el sueño de una noche de verano, aunque tengas apenas ventipocos años. Y eso que yo soy hijo de empleados públicos, ya jubilados, y tengo un puñado de ellos como amig@s. Pero es que sólo con ellos, un país no chuta. Aquí, en Polonia, además, pesa tanto la Historia que un joven ni se plantea trabajar para la Administración ya que muchos millones de ellos lo hicieron por fidelidad al partido, durante muchísimos años. En fin aquí están más por Smith que por el señor ese de barbas que se inventó una teoría que ha lastrado a millones de personas al enajenamiento, a la renuncia de la individualidad, la creatividad o simplemente la espontaneidad, en pos del ‘partido’ y del ‘gran hermano’. ¡Bien!

Me siento comprendido, al menos, en mis ansias de vender, porque he llegado a una tierra donde ha calado la idea de que para prosperar, crecer, salir del atranque histórico, hacen faltan emprendedores y empresas. Me sorprende que mis interlocutores apenas superen los 30, pero es que con esta Historia, apenas si hay empresarios de más años. Paseando por Aleje Jerozolimskie miro de reojo lo que me he dejado a este lado del mapa y por eso sé que cuando regrese, lo haré al final del siglo XIX. ¡Que inventes ellos! Esto, los de la ‘logsepartidopordiecisiete’, no tiene ni puta idea de lo que es, pero es la sensación que tengo. Cambio arrojo por sofá. Cambio pisito de alquiler por el salón de papá. Cambio levantarme temprano por mi iPhone que por supuesto también me paga mis papás que para trabajar, ya están ellos. Total, a mí me mola ir a la academia y estar tres años más paseando carpeta de arriba hacia abajo.

Qué quieras que te diga. Puedo decirte lo que me dijeron hace unos meses en Sevilla. ¡Es que tú eres muy anglosajón! ¡Te cagas! Esto, es curioso, no me lo han dicho aquí. Aquí, al menos, me han reconocido, con orgullo, el gesto de valentía de plantarme a vender y/o intentar que cuaje mi filosofía de la venta de aceite de oliva virgen extra, allí. Y lo curioso es que lo han entendido tan bien, que ha habido conexión -o sea feeling- desde el segundo uno. ¡Oh sorpresa! O quizá haya sido la juventud de estos chic@s polac@s a los que ni el frío, ni el idioma, ni el dinero los frena. Como en mi casa, vaya. Pero a miles de kilómetros. Sensación dulce que se vuelve amarga cuando desembarco en Barajas. Bienvenido a la tierra de los cobardes. Quizá por eso, España tenga ahora la proyección de patio de recreo. Sólo de vacaciones. Nada más. Y de esto no tienen la culpa los políticos. En 1898 fue la sociedad la que decidió quedarse encerrada en el terruño para que el resto del mundo girase a más velocidad. Y tardamos casi 80 años en desperezar. Pero ahora nos hemos vuelto perrísimos al calor del dinero que nos viene, por ejemplo, por una ‘ere-jubilación’ irregular que gestiona un sindicatito que, en otro lugar, ya estaría disuelto por antipatriota.

En fin, que en este viaje, como en otros, el optimismo me embarga más por lo ajeno que por lo propio. Es como si fuera la balada triste de una maleta, que siempre que sale va contenta y cuando le toca regresar se pone coñazo y apenas te cabe nada. En tierras polacas, al menos, me he llenado los bolsillo de ilusión -mucha- y de ganas de seguir practicando esto del arriesgado deporte de ser emprendedor, aunque me queden horas para blincar a los 42. Total, ¡qué son 42 años en la vida de un ‘tiako’!