Desde Varsovia con amor (I)

Diario IDEAL  9 febrero 2011

Me adelanto a escribir esta columna, apenas con unas horas de estancia en la capital polaca a expensas de tener todas las referencias vitales a partir de mañana martes (ayer para ti) pero no quería faltar a la cita de los miércoles.

Cuando esta mañana me subía al avión no sabía ciertamente qué hallaría en esta capital de un país que tiene casi 40 millones de criaturas. He necesitado algo más de tres horas para darme cuenta de dónde estoy. La primera impresión ha sido la que ya tuviera al visitar algunas zonas de la extinta Alemania del Este, República Checa o en la mismísima Viena: aquí sufrieron al ‘gran hermano’ del socialismo real impuesto con bota de acero por el camarada Stalin. Es algo ‘inescondible’. Pero es algo que sólo se queda en paredes de hormigón prefabricado. La inquieta sociedad polaca ya va por otro lado. No en vano crece a más del 3,5% de su PIB y su tasa de paro está entorno al 13%. Los jóvenes que he visto son tan iguales a franceses, británicos o alemanes que, salvo el rubierío eslavo natural de ellas, nada los/nos distingue. Los mayores, sí. Las mujeres aún llevan sus perennes bolsas herencia de otras épocas ya condenadas al olvido histórico. El hotel en el que me alojo, se ha vengado de mí al recogerme en una ‘megahabitación’ en la planta 32 ¡putadón por el vértigo! Todo es moderno, como moderno es el centro comercial que hay a su espalda repleta de tiendas con nombres comerciales archiconocidos, incluso en una de ella, llamada Swiss, sonaba la españolita Soraya, arrasando en medio munod con su nueva faceta ‘dance’.

Sí que me han llamado la atención varias cosilla: como me gusta pasear, he visto que las aceras son escasas. Se transita por las tripas de la ciudad. Las esquinas huecas son laberínticos cruces de camino. ¿Y el frío? 8º a las 3 de la tarde. La altura media del personal es muy razonable. Los españoles siempre pensamos que los chicos de Pirineos para arriba nos ganan en altura. ¡Pues no! ¡Joé calzamos una envergadura muy digna y presentable! Tampoco son conductores excelentes. Como te descuides en un paso de peatones, te cepillan. Y lo que menos me podía imaginar: aquí el poderoso euro está aun ausente gracias al simpático zlotys, divido a su vez en grosys, palabrejas que, como el resto de polaco, a nosotros nos suena a chino.

Pero estas superficiales sensaciones a vuelapluma no esconden mi deseo por conocer mucho mejor a este pueblo por el que siento mucha simpatía -en el fondo, como me encanta viajar, me pasa siempre en todos lados-. Miro, observo, aprendo, crezco.

Como ocurriera en aquel Málaga-Zakynzos de septiembre de 2009, en este viajón que me llevará hasta Lublin, cerca de Ucrania, sólo me acompaña mi maleta y el aceite de oliva virgen extra. Nunca creí que podría viajar sólo. Y lo logré. Y llegué a la isla griega habiendo superado en la más estricta soledad, por ejemplo, el frío desgarrador de L’Aquila, en Italia. Y ahora estoy aquí. En un país al que nada me une, pero que lo siento como una gran aventura donde prosperar y disfrutar de lo que más me gusta: viajar y vender. Los resultados de las ventas ya lo dirá el tiempo, pero desde luego no me voy a ir de aquí sin seducir al personal con las bondades de nuestros oleocaldos, al margen de estar sintiendo ya que ¡volveré! como me ocurriera con otros lugares donde, el tiempo y el camino me han puesto en otras ocasiones.

Viajar es un placer. Es un acojonante salto al vacío que te llena como persona. Regresaré a España, seguro, siendo y sintiéndome mejor, presto y dispuesto a seguir haciendo piruetas para que cuando me llamen a probarme el traje de pino, al menos, sonría cuando me coloquen la tapa.