Disfrazada

La lluvia, otra vez, persistente. Aquí, debajo de esta estructura metálica sólo se oye el tráfico pesado que transita por el asfalto que cubre nuestras cabezas. Los tubos hacen de xilofones que componene micromúsicas para cabezas desconcertadas. Aquí, entre mis cartones, con la vieja conocida de traje verde y etiqueta, le doy un sorbo más para que mi podrido estómago, sepa que aún está vivo. Al tumbarme, un efluvio embriagador, proyecta sobre la pared una viejo encuentro.

Aquella desnudez la dejó sin tapujos; debió confesarse abiertamente, mientras yo descansaba sobre la barandilla de la habitación 214. Más allá de la M30, como una banda sonora perenne, los insectos rojos, humenates,  aderezaban mi calada, una más,  a aquel envoltorio blanco de tabaco y maría. Ella llegó por la espalda, sin avisar; sólo ese perfume a sexo desbocadamente húmedo, la delataba.

Introduciendo la palma de su mano a través de mis glúteos, no dejaba de bisbisearme : ¿Y si me disfrazo de cheque sin fondo?