¿Dónde dormirás esta noche?

 

 

 

Las calles de Londres, como todas las noches, a esta hora, permanecen vacías. Sólo el lejano y monótono ruido de una máquina limpiando las aceras, rompe el cadencioso silencio que me acompaña esta noche. He decidido ir caminando hasta la próxima estación de metro. Tal vez esté cerrada y deba esperar. No me importa. Es la mejor manera de engañar al sueño. Pasear. Luego sacaré otra botella de agua de la máquina expendedora y así volveré a serle infiel a mi estómago. Con café, agua y paseos, no debería aguantar más. Esto es una prórroga.

Mis predicciones, se cumplen. La estación está cerrada. Miro el reloj de pulsera y compruebo que son algo más de la cuatro de la madrugada. No sé cuánto tiempo llevo sin parar de caminar. ¿Acaso es necesario saberlo? ¿Qué aportaría eso a mi casi finiquitada vida?

En la esquina, colgadas en el aire, unas volutas de humo juegan caprichosamente entrelazadas con la humedad. Observo despreocupado.

– Buenas noches. Me llamo Paola. La chupo por 20 libras.

– Gracias, pero no me interesa. Soy eunuco e impotente.

– Pues déjame que te bese los labios.

– Pensé que las chicas como tú, no besábais a los clientes.

– Sí, pero si nos apetece, lo hacemos. Yo lo hago. Y contigo quiero. Será gratis.

Paola se abalanza sobre un espectro caminante. Y se funde en un largo y cálido beso. Las sensaciones que embargan al sujeto le hacen sentir por un momento, un pasado que fue feliz, lleno de color y que en aquel instante se tornaba absolutamente inacabable, eterno, duradero. Es el juego del tiempo. Queremos embotellar segundos para que éstos siempre se mantuvieran frescos y usables a nuestro capricho. Sin embargo él sabía que aquel beso se acabaría, se terminaría, concluiría como todo lo humano. Todo lo que produce el hombre tiene principio y fin. La propia vida es así.

Al despegarse, Paola se mordisquea ligeramente su labio inferior.

– ¿Dónde dormirás esta noche?

Y no hay respuesta. El último hálito de vida se le ha quedado prendido en sus labios. Apenas perceptible, Paola puede ver como una ligera niebla une su boca con la del caminante que, en un instante, cae desplomado al suelo. Un suelo húmedo como lo es siempre el suelo de Londres. Es la pregunta sin respuesta.

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Para la serie: ¿Qué se siente al morir unas cincuenta veces?