26
2012Donde las calles no tienen nombre
Diario IDEAL 25 JULIO 2012
Podría ser un 26 de julio cualquiera. Las calles de Lisboa presentan ese aire decadente. Están sucias, como sucias están todas las fachadas de la ciudad que lleva más de medio siglo sin gastar ni un sólo céntimo en dar una mano de pintura a sus edificios, escaleras, parques y patios de vecinos. La campaña electoral está a punto de empezar y todo parece aún más sucio y mugriento. Podría ser un día más de julio en esta sucia ciudad de Lisboa. El calor es tan intenso que la combinación con la humedad hace que el aire sea irrespirable. Miras a tu alrededor buscado una brizna de aire fresco y sólo ves, otra vez, suciedad. Así es Lisboa. Sucia, húmeda, desconchada.
El traje camel lo luce con aire chulesco. Zapatos a juego comprados en Madrid, en una de las zapatería más caras del barrio de Chueca. Es 26 de julio. Un 26 de julio más en el calendario del juzgado al que ha sido citado como testigo. El sudor resbala por su cara hasta caer manchando el rígido cuello de su camisa. El sudor llega a la corbata. Ahora mismo no recuerda de qué color es la corbata. Aunque la mire está absorto esperando ser llamado a sala. Hace muchísimo calor. El juzgado, como Lisboa, también está sucio. Viejo. Abandonado. No recuerda haber visto nada nuevo salvo una zona de ocio planificada para un campeonato de fútbol celebrado hace unos meses. El resto, suciedad. Calor. Angustia. Sale el agente y le invita a pasar a sala. El juez suda embutido en una toga raída, vieja y evidentemente sucia. Su hablar es sucio. Dispara bolitas de saliva mientras intenta llamar la atención al testigo de que sabe y debe hablar portugués. No habrá traductor. No es necesario. Aquí el apestado es el español. El sucio es el español. El genuflexo debe ser el español que con aires de liberal del siglo XIX se mantiene firme antes los envites de este juez sucio. Como la ciudad.
El sudor se hace más pesado, intenso, espeso. Llega el final de la declaración. Las hombreras del traje camel se han tragado todas las gotas y ahora empiezan a supurar. Nacen pequeñas islas oscuras en lugares poco habituales como son los hombros.
A la salida del juzgado tres enormes hombres negros lo esperan. Lo rodean. Son cubanos. Su acento los delata. Van equipados con pinganillos y radios. Tras preguntar al testigo, éste se niega a responder. El más gordo de los tres le golpea con un trasmisor en las costillas. El testigo se revuelve y grita: ¿me quieres matar? Otro de los hombres negros, saca una pistola y se la coloca en la sien. ‘Si no me dices dónde está tu jefe, tú y tu familia moriréis’. Mátame ahora si tienes huevos, grita el testigo, y aquel hombre, el más negro de todos los negros del mundo, le golpea con la culata en la boca del estómago. ‘No te lo digo más. Estás advertido’.
Tal y como vinieron, los tres hombres negros desaparecieron por las sucias calles de Lisboa. Era 26 de julio. Un 26 de julio que para el resto de transeúntes que a esa hora pasaban por el palacio de justicia, era otro más. Un días más en el calendario de la cocina, el baño, el banco, el taller, la oficina… Hacía el mismo calor que todos los 26 de julio.
Sin embargo, para nuestro testigo, nunca más aquel 26 de julio volvería a ser uno más. Sería el último. El del punto y final. Un 26 de julio que alumbraría una cuidad para olvidar, siempre sucia y húmeda, con gentes sucias y mal encaradas, con jueces sucios, raídos y puñetas tan negras como las paredes de miles de edificios devoradas por la contaminación en una ciudad llamada Lisboa donde, para siempre, jamás, nunca, sus calles volverían a tener nombre.
PA: Homenaje a esa canción eterna de U2 ‘Where the streets have no name’ que me salvó la vida, una vez, en Lisboa. I want to run / I want to hide / I want to tear down the walls
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