El diván

La vida de los hombres gira siempre en tono a una sola mujer: aquella donde se resumen todas las mujeres del mundo, vértice de todos los misterios y clave de todas las respuestas

Arturo Pérez-Reverte

Clarck abrió la puerta que daba el enorme despacho. Allí, al fondo, junto al gran ventanal, estaba la Doctora Emilie Nicole. Era su psicoanalista. Durante los años que necesitó para obtener su licenciatura de psiquiatría en la Universidad de Stanforf, llegó a ser empleada del magnate Hefner. Sin embargo, aquello siempre le sirvió para que por su diván pasaran los hombre más famosos y poderosos. Clarck era una excepción. Sabía cómo cumplir el ritual. Se desplazaba en silencio por todo el despacho hasta llegar a la altura del diván. Aspiraba y espiraba una o dos veces; se dejaba caer. Mientras, Emilie se acercaba sigilosa hasta un pequeño sofá orejero que tenía junto al diván. Ella, suavamente, le ponía su mano en el tobillo: ¿Cómo te sientes Clarck?

Él miraba fíjamente a lo que representaba el centro del universo en aquel consultorio. Sin apenas dilación, la Doctora Emilie Nicole, se levantaba y dejaba caer con un movimiento rápido de dedos, su perenne tanga blanco. Clarck disponía de un motivo para que ella lo analizase.

Sus gritos recorrieron durante muchos meses aquellos rincones de Hollywood Boulevard a la hora del té.