El paraguas rojo (El pupitre -junio 2005-)

Hayciertos momentos en la vida en los que uno fotografía para elresto de sus días, segundos que permanecerán en sumemoria y que se reproducirán aleatoriamente porque existealguna vinculación de los sentidos a esas fracciones de vida.Quién no se ha dejado atrapar por el olor que deja en lasmanos las caricias de su amante o ha mirado atrás creyendo quehabía pasado junto a él un antiguo amor porque la callequedaba preñada por el aroma de su nombre. Freud solíahablar de nuestra memoria olfativa.

Lamemoria no sólo se construye con recuerdos, más o menosagradables, sino que viene a completarse con el juego de lossentidos. Y esos sentidos fueron los que, en días pasados,provocaron en mi, la aparición de recuerdos, quizáabandonados en el baúl de la memoria, bien por la falta detiempo para repasarlos o bien porque no tuve ocasión de jugarcon mis sentidos para traer al presente sonidos, olores o sabores deun pasado no muy lejano, pero sí perdido en el últimocajón del archivo de mi ocupado cerebro.

Tuvela oportunidad de pasar por Motril a besar y reverenciar a mi únicaabuela, Mimí, que por suerte, aún comparte con nosotroslos latidos de su corazón. Pensé que era un buenpresente dejarla disfrutar de la presencia de sus biznietos. Mientrasesta estampa quedaba pegada en el álbum de su vivencia, medejé caer por la casa, ésa dónde ella y mi otroabuelo, su marido Paco, vivieron durante muchos años.

Lacasa, ahora en fase de acicalamiento como una niña presumidapor su actual propietaria, mi tía Sacrita, la recorrimosjuntos por todas y cada una de las habitaciones. Siempre serála “casa del jardín”, ese jardín que cuando teníael “boje” crecido, hacía que mi abuelo Paco me diera milpesetas en vacaciones por cortarlo, pese a tener unas agujetastremendas, el menos, durante dos días.

Eljazmín que coronaba la entrada, me ha dejado marcado parasiempre: noches de verano, húmedas, tropicales…Este recuerdoprovoca que cada vez que paso por un jazmin no resista el coger unade sus delicadas flores blancas y la frote, una y otra vez, contralas palmas de mis manos y me deje embriagar por ese olor tan sensual.Huelan un jazmín. Noches de Andalucía.

Lashabitaciones de la casa han sido respetadas casi en su totalidad,salvo algunas paredes que han sido modificadas para unir o aumentarunos metros cuadrados la extensión de las mismas. Desde elprimer momento, y en la entrada en la casa, veía al abueloPaco sentado en su sillón de enea (que por cierto tengo en micasa), con su inagotable cigarro, tomando el fresco y disfrutando delsilencio del jardín. En esa enorme entrada-distribuidor,corrí, jugué, salté e incluso observécomo Paco, mi abuelo, daba cuerda a un enorme reloj de pared negroque cada hora marcaba con sus campanadas el transcurrir del díay de la noche.

Laescalera que lleva a la parte de arriba ha sido respetada en suintegridad, manteniendo su magnifica baranda de madera. Allícompetía con mi tío Pepe a ver quién saltabadesde el escalón más alto. Siempre me ganó. Elpatio sí ha sido reformado porque los daños que habíandejado las dos enormes palmeras que había en su interior, lodemandaba. Alli Mimí regaba incesantemente su magníficacolección de macetas: geranios, aspidistras, coleos, helechos,cintas…El salón también ha sido respetado, salvo quese ha abierto una entrada al patio, dándole más luz. Enese salón vi muchas películas en blanco y negro,primero, y en color después, con mi abuelo, que siempre haciade voz en “off”, comentando en voz alta, todas y cada una de lasescenas de una de vaqueros, cuando no le daba por llorar a mocotendido por cualquier escena (debilidad que reconozco he heredado;sí, lloro y mucho viendo “pelis”). La parte superior de lacasa guardada el mismo aire que entonces. Allí se repartíanlos dormitorios de ellos, mis abuelos y de mis tíos y porsupuesto de mi madre. Noches de Reyes, días de procesiones enSemana Santa, veranos de una niñez feliz…todo eso se paseóante mis ojos al ver cada una de las habitaciones, con sus ventanasabiertas abrazadas por una luz sureña que se colaba por suscostados.

Tambiéntuve ocasión de recordar que, teniendo no más de seisaños, estuve acudiendo a una escuela (hoy sería unaguardería) en el “callejón de la sacristía”de la Iglesia mayor, muy cerca de la casa. En aquellos díasdel 74 ó 75 llovía intensamente y estaba enamorado deun miniparaguas rojo que fue de mi madre, con su puño demadera que me gustaba usar para ir a la escuela. Mi tío Pepesiempre me decía: ¡dónde vas con ese paraguasque te van a tirar piedras por la calle! No sé que fue deaquel paraguas, pero se quedó conmigo para siempre. Elparaguas rojo.

Terminandola visita y tras asomarme a la enorme balconada que preside lafachada, sólo me quedó inspirar aquel aroma, el aromade la casa, de la que fue la casa de mis abuelos, de la que fue micasa. Mientras, mis hijos cogían caracoles en el jardín.La misma estampa pero con casi treinta años de diferencia:algunas ausencias, algunas separaciones, algunas uniones, algunosnacimientos más; esas eran las diferencias; el ciclo de lavida. La casa, el jazmín, Mimí, mi abuelo Paco, elparaguas rojo, siguen siendo los mismos. Son míos parasiempre. 

*Publicado en la revista Viajeros. Junio 2005