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2009El sátrapa aburrido
Diario IDEAL, 9 diciembre 2009
Días atrás, me despisté por las piedras salobreñeras que un día acogieron a las tres princesas. Me senté a mirar el mar.
Y sin apenas darme cuenta, Zorahaida, la más tímidas y dulce de las tres, comenzó a susurrarme al oído: “Ya sabes que me gustan los pájaros, su trinar, y cuidar las flores que crecen bajo mi ventana. Cada noche espero desde este peñón, el regreso de los pescadores para disfrutar de su cantar porque sus redes vienen repletas de peces. Pero hoy, estoy triste. Muy triste. Ha llegado a mis oídos el enorme sufrir de una mujer que, por defender a su tierra, a su pueblo, está sentenciada de muerte. Me cuentan que un aburrido príncipe fue llamado porque debía suceder a su padre en el trono. Él prefería la corte parisina: sus meretrices y su champán. Pero debió regresar a su reino, muy a su pesar, un reino que no deseaba porque sus súbditos olían a almizcle, jazmín, cordero, sudor y arena. Como sátrapa aburrido -así lo llaman- ha creado una generación de genuflexos que obran y oran para su propia grandeza. Nada queda al margen de su poder y mando. Cualquiera de las artes, empresas o aventuras quedan fuera de su mando y manto. El sátrapa aburrido sólo reparte pan y palos a sus resignados súbditos que deben buscar fortuna desafiando las furia de estas aguas que ahora nos cobijan. Miseria y más miseria es lo que reparte ese sátrapa aburrido. Y además ha condenado a la extinción a una parte de un territorio que un día, su padre, se anexionó sin respetar los derechos de los que allí vivían. Y hoy, mientras que Aminetu Haidar, sigue reclamando el derecho para su pueblo, el sátrapa aburrido se levanta la chilaba para miccionar su orín con aroma francés sobre todos sus vecinos que siempre acaban mirando para otra parte. ¡Ay qué lejos quedan ahora los señores del desierto que vivían y morían gracias a las normas del Gran Erg! Hoy los hijos de Aminetu y de todas aquellas que somos como Aminetu, lloramos al ver como estos sátrapas nos cercenan el derecho a disfrutar y vivir conforme a las normas que nos dio nuestro amado desierto”.
Al girarme para ver el rostro de Zorahaida un golpe de viento vino a revolverme los rizos que se cruzaron en la línea de mi mirada. Nunca más he vuelto a ver a ésta o a ninguna de los otras dos princesas. Pero sí sé que hoy hay muchas princesas que, sin reino ni príncipes, tienen el mismo derecho que yo a disfrutar en libertad de su tierra, costumbres, paisanos y ver cumplidas las promesas de ser un país libre, lejos del yugo del sátrapa aburrido.
Pero como en todas las leyendas, si el que las cuenta es el resentido por sus terrible complejo de inferioridad, éstas sólo albergarán odio y miseria. Y para miseria humana ya tenemos el ejemplo de una nueva mártir que lucha porque el desierto no tenga señor.
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