Ellos crecen. Yo miro

Diario IDEAL 6 abril 2011

Avanzan los días, y ya estamos en abril. En este mes, aguas mil todas caben en un barril. Ha llegado la primavera y casi que estamos aún retirándonos los copos de nieve que permanecen agarrados como caspa perenne en nuestros gorros invernales. Y no se puede evitar. Me refiero al inexorable paso del tiempo.

Llevo unos meses en los que tengo la sensación de que el tiempo se me escabulle entre lo dedos de mi mano. Todo va tan deprisa que apenas puedo controlar la velocidad y, al descansar un sólo segundo, ves como el tiempo ha pasado.

Esta lucha creo que ha existido desde que el hombre es ese ser racional que se le supone que es, no como ahora, enfrascado en perífrasis que lo alejan de su ser esencial bueno, tal y como creo decía Rousseau. Sin embargo hoy el ser humano es más lobo que nunca . Por eso lucha para controlarlo todo. Y cuando no hay control llega el desánimo, el desgaste, el fracaso, pero lejos de resistir o volver a levantarse, corta por lo sano.

Eso e slo que ha debido llevar un joven de 19 años a quitarse la vida. Una amiga me lo contó ayer. Y desde entonces reflexiono sobre qué estamos ofreciendo a nuestros hijos para crear esas frustraciones tan evidentes que el menor revés hacen que te pongas la cuerda al cuello y te ahorques en tu dormitorio. Con 19 años no sabes nada de este puto mundo. ¿Qué debe pasar por la mente de un niño que lo tiene todo para tomar esa drástica elección? ¿Cobardía o un ataques de huevos sin precedentes? Esto me desconcierta; y mucho. Me obliga a pararme, a descansar y es cuando veo eso que decía antes.

¿Juega o no el tiempo a favor de mi posición como padre frente a mis hijos? ¿Comprenderán mi (presunta) lucha diaria? ¿valorarán los madrugones de su madre? ¿querrán tener su cabeza lo suficiente amueblada para asumir antes que nadie que el fracaso, el esfuerzo, un ‘no’ es algo más del día a día y a lo que debemos acostumbrarnos a vivir? Creo que hemos pasado el límite de lo seguro, del todo vale, del culo veo, culo deseo. Y luego el primer ‘no’ de una niña, la voz de un jefe o la simple riña de un profesor nos lleva a un callejón sin salida que se transforma en una catana que te siega el pescuezo a las cuatro de la mañana o en una cuerda al más estilo western de dormitorio.

Son dudas que me asaltan, me preocupan, me angustian, me nublan la mente y hasta me acojonan. El tiempo corre y aquellos niños que jugaban en una manta en el suelo son prepúberes adelantados que crecen sobre unos cimientos ya fraguados. Y viene a verte la duda de si lo haces bien, o mal, si fue o no un error, si estamos o nos equivocados en ésta o aquella decisión. Joder, qué difícil es ser padre. Ya me lo decían los míos. No quiero parecer pesimista o alarmista. Pero es que cada día pasa más y más y más deprisa. Ellos crecen. Yo miro. Ellos eligen. Yo miro. Ellos deciden. Yo, como cualquier padre anónimo, observo absorto en el infinito y pienso, pido y hasta ruego que no me toque.

Es la lotería que te toca jugar cuando decides que tus espermatozoides campen a sus anchas. Lo del pan debajo del brazo sería cuando Jesucristo perdió el mechero porque lo que es ahora, y a estas edades, lo que traen es una guadaña afilada y encima te piden la piedra para afilarla.

¿Es o no es para acojonarse?